por Efraín Rincón
Rezan las malas lenguas —o buenas, por qué no— que en las calles de la Candelaria, en Bogotá, alguna vez parchó la leyenda viva, el punky, mono y flaco Iggy Pop. Sí, por tanto tiempo el cuento de un mechudo y desgalichado Iggy comiendo empanada por ahí, en el centro de la ciudad de los noventas, fue un mito. Pues ahí les va, el man sí estuvo acá[1], cuando salía con una colombiana de quien se enamoró a primera vista en Barcelona. El cantante de Passenger, estuvo en Bogotá ya hace unos años y no precisamente para un concierto.
Mitos, verdaderos, falsos o sin respuesta, hay para todos los gustos, y esto la Tierra lo sabe. No muy lejos de la historia de Iggy Pop en Bogotá, a unas cuantas cuadras y subiendo una montaña, hay unos rumores en las alturas del Cerro de Monserrate. Aunque no tiene que ver con una estrella de rock, es un mito de tamaño monumental. Todavía muchas personas creen que esa colina, a donde la gente sube a cumplir penitencias o tomarse un salpicón, es un volcán dormido y la iglesia que reposa en su cima está tapando el cráter.
Colombia está llena de mitos que, al fin de cuentas, quieren darle una explicación a los fenómenos, especialmente a aquellos que tienen que ver con lo que ocurre debajo de nuestros pies. En el departamento de Santander, por ejemplo, el calor y los sismos son tan cotidianos, que han hecho pensar y decir a muchos que el día que pinte caluroso es probable que haya un terremoto o que tiemble. Pero al final no son las altas temperaturas que tienen que ver con los sismos, es más bien que esta región se encuentra en el nido sísmico de Bucaramanga, una de las zonas de mayor sismicidad en el mundo y de gran interés para los que estudian a la Tierra.
Pero el calor no lo es todo, no muy lejos de Santander, en el departamento de Antioquia hay una gran roca que adorna el paisaje del municipio de Guatapé. Se trata de la Piedra de El Peñol, un cerro testigo, color oscuro y de 220 metros de altura que se levanta abruptamente en el panorama. Aquí, el chisme dice que este es un fragmento de un meteorito que quedó incrustado en la Tierra. Sin embargo, lejos de encontrar la explicación en el espacio exterior, el porqué de este chichón está en el batolito antioqueño. Un batolito corresponde a una gran cantidad de magma que se abre paso entre las rocas como si fuera un intruso. Con el tiempo, se va enfriando lentamente antes de cristalizarse por completo. Después, cuando la erosión hace lo suyo, con los años se van removiendo sedimentos y quitando el material que cubre al batolito. Poco a poco se revelan los secretos de este cuerpo, que dan lugar a formas como las de este atractivo turístico
Y pese a que estas historias llegan a ser entretenidas y es hasta placentero escucharlas en un bus o un café, ¿por qué llegamos a estas creencias? Bueno, una respuesta puede ser la de David Tovar, geólogo de la Universidad Nacional de Colombia y codirector del Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología, para él, “a pesar de que vivimos en la Tierra, conocemos muy poco. Nosotros sabemos más del espacio exterior que del suelo marino”. Y Colombia no es la excepción, detrás de esa biodiversidad exuberante, está la riqueza geológica en sus valles, montañas y volcanes, que alguna vez estuvieron bajo el agua. Sin embargo, lo que sabemos hoy no siempre fue así, para hablar de esa geología criolla, hay que viajar en el tiempo y entender cómo llegamos hasta aquí.
Una teoría hippie
Levantarse un día, y pensar que los continentes se mueven y que alguna vez estuvieron unidos hoy no es descabellado. Muy fácil, ¿no? Pues así no funciona la ciencia. Para llegar a esta conclusión y proponer una razón de este movimiento hay que ser como un detective: plantear hipótesis y buscar evidencias. Ya antiguos naturalistas, como el filósofo Francis Bacon o Alexander “de todo un poco mucho” von Humboldt, habían visto que las líneas de costa entre Sudamérica y África parecían las piezas de un rompecabezas. Así, en 1912, el mismo año en que se hundió el RMS Titanic, Alfred Wegener, un geofísico y meteorólogo alemán, se puso la “diez” y, no solo a partir de la congruencia en las formas continentales, también el registro fósil similar entre las costas orientales de Sudamérica y las costas occidentales de Sudáfrica y distintos tipos de roca, propuso lo que él llamaría la “deriva continental”. Por esta razón, diría Wegener, alguna vez todas estas grandes islas flotantes estuvieron juntas en un supercontinente que él llamó Pangea [toda la Tierra].
Esta animación muestra el movimiento de los continentes o "deriva continental". Pangea se formó hace unos 335 millones de años.
El rollo es que lanzarse al agua con una propuesta como esta, para muchos fue un completo disparate —Obvio. ¿cómo se le iba a ocurrir semejante barbaridad? ¿Qué fuerza sería capaz de mover ese montón de tierra?—. “Wegener no dio cuenta ni pudo explicar la parte dinámica que hacía que esta vaina se moviera”, cuenta el geólogo Tovar. Aunque la teoría de este científico alemán fue apoyada por nombres importantes como el del sudafricano Alexander Du Toit o el británico Arthur Holmes, la mayor parte la comunidad geocientífica optó por rechazar, y casi que ridiculizar, duramente la teoría de Wegener en su momento.
Pero lo bonito de la ciencia es que nada es la última palabra. ¿Recuerdan la parte detectivesca de la ciencia? Pues tendría que ser Holmes — Y no Sherlock, precisamente— sino Arthur, quien pondría la siguiente ficha en el dominó. Porque sí, mi gente, ¡en juego largo hay desquite! Dentro de la Tierra estarían las respuestas.
Imaginemos un cumpleaños temático del planeta Tierra. Después de cantarle por el festejo, hay que cortar el pastel y ¡Oh! ¿Qué vemos? Es un modelo ESFÉRICO de color azul y verde —Ojo con imaginar un pastel plano—. Cuando lo cortamos, cada pedazo tiene distintas capas de ponqué y crema que, por pura conveniencia escolar, son de matices de rojo y naranja. Debajo de nuestros pies, los 6.370 km de radio del planeta se dividen en distintas capas que conforman el interior de la Tierra. Un núcleo de temperaturas infernales, un manto (2,900 km de grosor) que comprende el 84% del volumen del pequeño punto azul pálido —Un saludo para Carl Sagan— y la litósfera, donde está la parte superior del manto, la corteza continental y la oceánica —Allí estamos parados nosotros—.
Arthur Holmes propondría, entonces, que el movimiento de este manto, dispuesto en celdas convectivas, sería el culpable de transportar la corteza de la litósfera como si fuera una banda transportadora de maletas en un aeropuerto. Para los que estén viviendo la adultez y ya les toque hacer arroz con verduras o sopas, quizás este ejemplo les funcione: cuando en la olla el agua ya está hirviendo, hay un movimiento particular de los ingredientes que suben y bajan y vuelven a subir. Esto es porque el agua que está en la base de la olla —O al núcleo. Guiño, guiño— al calentarse, se vuelve menos densa y sube. Pero al subir se enfría, se hace más densa y vuelve a caer. “Eso mismo ocurre en la Tierra, pero a escala de millones de años. Son precisamente esas celdas convectivas el motor interno de la Tierra, producto del intercambio de calor entre la parte más caliente y más fría”, explica David Tovar.
Con las celdas convectivas en el manto que mueven las grandes placas tectónicas en todo el planeta, hay puntos donde la corteza debe “bajar” y zonas donde deben “subir”. Es un ciclo. Es, como dice Natalia Pardo, vulcanóloga colombiana, “acomodar dónde puedes generar la corteza y dónde la puedes destruir, para que se mantenga un sistema de reciclaje hermosísimo”. Y tal cual como aparece Pardo en este cuento, aparece el nombre Marie Tharp, una geóloga y cartógrafa del océano y el suelo marino, que se abrió camino en medio de una ciencia dominada por hombres. Ella dio la pincelada que le hacía falta al lienzo de la “deriva continental” de Wegener y a la teoría de la tectónica de placas tal como la conocemos.
Marie Tharp fue una mujer que descubrió secretos que se escondían en el fondo del océano. Ella trabajaba con Bruce Heezen, otro geólogo. Incluso sin poder hacer parte de las expediciones oceanográficas a mar abierto, que en aquella época estaban prohibidas para las mujeres —Ya esto es pura historia— Tharp recibía datos de estos viajes, muchas veces hechos por Heezen, para perfilar con detalle montañas y valles en el lecho marino. A través de estos perfiles oceanográficos, Tharp se dio cuenta de una cadena de montañas en dirección norte-sur en la mitad del océano Atlántico, pero lo sorprendente de este hallazgo fue un valle a lo largo de esa cadena montañosa. Sí, Wegener tenía razón, ese “Gran Valle del Rift” submarino era el lugar donde se producía nueva corteza, donde el magma sale y se enfría. ¡Los continentes sí estaban a la deriva!
Formación de una dorsal oceánica por el moviemieno de un lado y otro de la corteza oceánica.
También se observa la formación de una cadena volcánica en la corteza terrestre
Aunque no todo fue así de fácil —¿recuerdan? Ciencia, hombres, etc— El mismo Bruce Heezen dijo a Tharp que su deducción eran puros “cuentos de mujeres”. Después, con el paso del tiempo, nuevas evidencias como la actividad sísmica y volcánica en los valles que Tharp había descrito y los aportes de otros geólogos como Harry Hess, quien propuso la teoría de la expansión del fondo oceánico, se comprobó que Tharp tenía razón y que sus mapas demuestran la mezcla perfecta entre rigurosidad y creatividad.
Las líneas resaltadas en rojo son las dorsales oceánicas que están sobre la Tierra. Esto es gracias el moviemiento de las placas tectónicas.
Tomado de: https://www.researchgate.net/figure/Plate-tectonics-is-the-continual-slo...
Si hoy conocemos que la Tierra está compuesta por siete grandes placas de corteza continental y oceánica. Que su movimiento e interacción son los responsables de fenómenos como los terremotos, los volcanes o las montañas. O que hace unos 250 millones de años —sí, esos tiempos que no caben en nuestras cabezas— los continentes eran uno solo, es por seres humanos que, como dirían por ahí, se han dado la pela, incluso contra la misma ciencia hegemónica de la época, para contribuir al conocimiento del sistema Tierra. Nombres como los de Alfred Wegener o Marie Tharp hay que tenerlos en el radar, porque, gracias a ellos y muchos más, hoy tenemos una teoría, validada hasta la década de los sesenta, que explica por qué los continentes se mueven: la Tectónica de placas.
Las placas tectónicas de la Tierra. Nosotros estasmo sobre la placa de Sudamérica. Tomado de: https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_tectonic_plates#/media/File:Plates_tect2_en.svg
Un país geodiverso: volcanes y gente
La ubicación de Colombia en este planeta es bastante particular gracias a su ubicación geográfica. No es solo porque estamos en una región tropical, también porque vivimos en medio de la interacción de tres placas tectónicas: la placa de Nazca, la placa del Caribe y la placa de Sudamérica, donde estamos nosotros. —Sí, de ahí que debajo de nuestro se mueva tanto. No es precisamente por el calor—Ser un país sísmicamente activo y la presencia de volcanes activos en la cordillera Central son la evidencia del movimiento debajo de nuestros pies.
Los volcanes de nuestro país están estrechamente relacionados con nuestra ubicación sobre la corteza. Existen unas zonas que en geología tienen un nombre estrafalario: zonas de subducción. “Es simplemente ese sitio donde se estrellan dos placas y como una es más densa que la otra, se mete debajo. Ese hundimiento es el que llamamos subducción”, se refiere Pardo, para hablar de lo que ocurre cuando la placa de Nazca (corteza oceánica) choca contra la placa de Sudamérica (corteza continental). Como la corteza oceánica es más densa, entonces se mete debajo de la continental. Cuando esto ocurre, es normal que parte del manto, que está bajo la corteza continental, se funda. Si encuentra por donde subir, la roca fundida puede atravesar la corteza, llegar a la superficie y así formar los volcanes. Todo el arco andino y, en especial, a la cordillera Occidental y Central en el país, además de la actividad sísmica, son productos de esa subducción .“Ell margen del continente americano, pasando por Alaska y hasta Kamchatka. Japón, Indonesia, Filipinas y Nueva Zelanda, cierran el cinturón de fuego del Pacífico. Somos parte de ese gran cinturón”, agrega la vulcanóloga mientras muestra una imagen en su computador. Este gran circuito de cadenas volcánicas tiene varias zonas de subducción.
Así se distribuye el Anillo de fuego del Pacífico. Su presencia está relacionada con la formación volcánica en los continentes. Tomado de: https://www.britannica.com/place/Ring-of-Fire
Como vimos anteriormente, así como hay zonas donde esta corteza se está fundiendo en el manto, también sitios, como los que descubrió Marie Tharp, donde se está creando nueva corteza terrestre, “Son desgarres en la mitad de los océanos[y también los continentes], por donde está subiendo material fundido, que es el responsable del vulcanismo submarino. Esto va depositando lavas que van formando piso oceánico”, indica esta científica, sobre aquellas regiones donde la corteza se separa y en geología se conocen como "márgenes divergentes"—Sí, yo sé. Cara de Pikachu—.
En el país, de las tres cordilleras, la que presenta mayor actividad volcánica es la Central. Según el Servicio Geológico Colombiano, sobre esta cordillera hay al menos diecinueve volcanes activos y vigilados. Entre ellos están el Volcán Cerro Machín, el Volcán Doña Juana, el Volcán Galeras, Volcán Nevado del Huila, del Ruíz, del Tolima o el volcán Puracé. Históricamente estos volcanes han modelado el paisaje y la forma en que la gente se relaciona con ellos, como la erupción del Volcán Nevado del Ruíz que, entre otros factores, causó una de las mayores tragedias en Colombia: la avalancha de Armero en noviembre de 1985.
Armero fue un punto de inflexión para la vulcanología en el país y en la necesidad de monitorear la actividad sísmica y volcánica de la región. Por esto, hoy se cuenta con una red compuesta por tres Observatorios Vulcanológicos y Sismológicos en Manizales, Popayán y Pasto, que trabajan de la mano con el Servicio Geológico. De ahí se generan piezas como los mapas de amenaza
Dentro de toda esta receta llamada biodiversidad y paisajes, los seres humanos somos un ingrediente clave. No basta solo con el monitoreo de la actividad volcánica. Desde un punto de vista de las comunidades que han vivido por generaciones cerca a los volcanes, su percepción es distinta a la del puro peligro, “Los territorios volcánicos, en casi todas las culturas no occidentales son vistos como algo necesario. No se les da un juicio de valor, no es ni bueno ni malo, es necesario y sin lo cual la vida no sería posible”, explica Natalia Pardo, pues parte de su trabajo en vulcanología física, es trabajar con la gente que convive con los volcanes.
Los volcanes transforman el paisaje, los cursos del agua y fertilizan el suelo en sus faldas dependiendo de las erupciones, por eso la gente vuelve. Las erupciones representan nuevas oportunidades. Se trata de resiliencia del ecosistema y de la gente. “Es una relación de respeto, no hay que subir mucho, no hay que acercarse a ciertos lados, pero no significa siempre tenerles miedo ni salir corriendo”, es lo que han visto los ojos de Pardo.
El rollo es que no todos ven y habitan los volcanes de esa manera, pues si hay algo cierto es que en Colombia cuando se habla de volcán se habla derrumbes, avalanchas, deslizamientos y de movimientos en masa, “Entonces la noción del vulcanismo no es clara y ahí salen los mitos de Monserrate. Hay mucho que hacer en temas de traducciones”, agrega Pardo, quien estudia el Volcán Doña Juana, en Nariño, y trabaja con la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes traduciendo el mapa geológico de este volcán. Porque ese es otro cuento, el lenguaje que maneja la geología no es tan claro para la gente y los tomadores decisiones, quien deben generar planes de manejo y territoriales que dialoguen con estas dinámicas.
La Tierra no va a dejar de moverse y eso es algo con lo que tenemos que convivir. Dentro de todo lo que conocemos a la fecha de este comportamiento, todavía hace falta seguir buscando pistas y lanzando hipótesis que permitan entender dónde estamos parados. Por esto podemos decir que Monserrate, así como la cordillera oriental donde reposa, se formó bajo el agua en el periodo cretácico, hace millones de años. Y no tiene nada que ver con un volcán. Esta investigación continua de nuestra Tierra abre posibilidades para aprovechar la energía alternativa que se conserva bajo nuestros pies y de lanzar hipótesis de cuáles serán posibles escenarios futuros de la geología criolla, “Colombia tiene un riqueza geológica muy grande. Falta mucho estudio en geología en alto detalle, para entender cómo ha sido la evolución del territorio colombiano”, afirma David Tovar.
La ciencia seguirá construyéndose y reinventándose para darle nuevas respuestas y soluciones a preguntas, de ahí su importancia de apostarle al desarrollo y la tecnología, especialmente para interpretar a esta gran roca que le da una vuelta al Sol cada 365 días. Pero el compromiso de que se puedan evitar tragedias como la de Armero, no solo depende apostarle a la tecnología y la ciencia, sobre esto Natalia Pardo concluye: “Estamos en otra posición al 85. Ahora tenemos varios volcanes vigilados. El Puracé tiene unas redes de vigilancia excelente. Hay gente increíblemente buena en los observatorios vulcanológicos. Pero seguimos en el lío de que algo semejante a Armero puede volver a pasar porque no solo depende de que haya tecnología, sino de estrategias multidisciplinarias, comunitarias, interinstitucionales y políticas difíciles de concretar, dada la profunda desigualdad y complejas relaciones de poder en Colombia.
[1]
El mito es real: la temporada de idilio de Iggy Pop en Colombia en https://www.vice.com/es_co/article/6w8zwy/el-mito-es-real-la-temporada-de-idilio-de-iggy-pop-en-colombia
Referencias
Blakemore, E. Seeing Is Believing: How Marie Tharp Changed Geology Forever en https://www.smithsonianmag.com/history/seeing-believing-how-marie-tharp-changed-geology-forever-180960192/
Dana, J. D., & Suess, E. (1915). 100 years of continental drift.
Fields, R. D. (2013). How plate tectonics clicked. 7–9.
Londoño, A. C. (1998). Geoformas Asociadas al Batolito Antloquefio. Geología Colombiana, (23), 133–145.
Mason, B. How one brilliant woman mapped the secrets of the ocean floor. National Geographic en https://www.nationalgeographic.com/news/2017/02/marie-tharp-map-ocean-floor/
Plate tectonics en https://ucmp.berkeley.edu/geology/tectonics.html
Servicio Geológico Colombiano en https://www2.sgc.gov.co/Paginas/servicio-geologico-colombiano.aspx
Efraín Rincón es biólogo y periodista científico. Ha escrito para diferentes medios como Cerosetenta, Pesquisa Javeriana o el Toronto Star, sobre ciencia y medio ambiente. Es coproductor de Shots de Ciencia, una plataforma de divulgación científica.
Las ilustraciones las hizo para Todo es Ciencia X-Tian