por Efraín Rincón
Botas pantaneras se mueven entre rocas, lodo y agua. En las quebradas del río Cascajales, en el municipio de Carmen del Chucurí, departamento de Santander, camina Maribel Arias, bióloga de la Universidad de la Amazonía. En esa primera salida de campo de las expediciones Santander Bio del Instituto Humboldt, Arias se encontraría con una sorpresa del color de una mandarina. “Nunca me imaginé encontrar una especie nueva y más en la primera salida de campo. Fue una sorpresa”, cuenta Maribel, especialista en ecosistemas acuáticos, cuando encontró una especie de cangrejo nueva para la ciencia, el “cangrejo mandarina” o Phallangothelphusa tangerina.
En un ecosistema “todas las especies cumplen un rol”, explica Arias, “por eso los datos son importantes si se necesita conservar un área o el entorno”, agrega. Su conocimiento no solo implica saber más de una región o un ecosistema, también de los efectos potenciales que puede tener dentro de la sociedad. Con esto, también hablamos de árboles y animales que dan de comer y de beber a la gente, sin mencionar que, directa o indirectamente, juegan un papel clave en situaciones globales como la crisis climática. De ahí que conocer y mantener la biodiversidad signifique tanto para hacerle frente a estos nuevos retos.
Hace unos meses, el IPBES ( la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos) en su último informe global definió en una frase la realidad a la que estamos enfrentados: más de un millón de especies en el mundo están amenazadas y en riesgo de extinción, porque la salud de varios ecosistemas empeora rápidamente. Y nosotros tenemos que ver con esto.
Quizás decir que Colombia es top cinco de países biodiversos en especies como aves, orquídeas, reptiles, mariposas y mamíferos —o que es el segundo país más biodiverso del mundo— pueda quedarse en el discurso y en el dato curioso cuando hablemos del país. Pero, ¿qué quiere decir verdaderamente esa biodiversidad? Ella está representada en el agua que tomamos, el alimento que llega a nuestra mesa y el aire que respiramos. Es así de importante. La biodiversidad es sinónimo de vida. Dentro de ella también entran, por lo menos en Colombia, los grupos étnicos, que representan cerca del 14% de todos las colombianas y colombianos. Estas comunidades que tienen un contacto directo y estrecho con la biodiversidad a lo largo del territorio.
Entender la biodiversidad es desenrollar una maraña compleja de relaciones entre organismos, la gente y su entorno, que terminan en efectos más grandes y beneficios para los seres humanos como la economía, la seguridad alimentaria, mitigación del cambio climático y los llamados servicios ecosistémicos . Y para saber qué pasa ahí adentro, necesitamos de información, datos, evidencias. Si de verdad supiéramos cuánto está en juego, entender la biodiversidad sería oro puro —y poder—.
Vivimos en un mundo de datos e información, —así que vayan preparando ese like—. Las redes sociales se han convertido en una fuente que contiene todo tipo de información en bruto que, bien refinada, puede incluso entrometerse en la política de un país. El uso de este big data es tan poderoso que su participación en campañas políticas para analizar posibles votantes es casi un requisito. —Porque, eso sí, nuestros movimientos están fríamente calculados a través de una pantalla. A veces no sé cómo llegaron a saber qué almorcé ayer—. Publicar, aceptar o simplemente googlear ya tiene más connotaciones de las que podemos imaginar.
Y para eso hay una frase que resume bien la situación: scientia potentia est, en nuestras palabras “el conocimiento es poder”. Esta expresión, atribuida comúnmente a Mr. Francis Bacon —influencer de la ciencia—, está más que viva en la actualidad. La pregunta es si para la biodiversidad es igual, ¿qué tan importante es entender y conocer nuestra biodiversidad?
“Los datos son poderosos, y cada vez nos damos cuenta del poder que tienen”, cuenta Dairo Escobar, coordinador del Sistema de Información de Biodiversidad (SIB) del país. El SIB Colombia es una plataforma que “provee información de uso general y científico” —como una biblioteca para buscar cositas de biodiversidad en Colombia y abierto para todo público—. Aquí transforman esta información de la biodiversidad en conocimiento que contribuya al debate y a la toma de mejores decisiones. —Allí usted puede saber más sobre dónde vive cierta especie, cuántos registros hay, sucesos históricos y más preguntas y respuestas—. Como ocurre con el petróleo y otras materias primas, para sacarles provecho hay que refinarlas. Si eso no ocurre, uno podría estar sentado en una mina de oro sin darse cuenta, “en el caso nuestro, una mina de datos que podría darte muchísima información si logramos entenderla y sintetizarla”, agrega Escobar. Actualmente hay más de 51.300 especies, entre plantas, mamíferos, insectos, microorganismos, entre otros, con al menos un registro el en SIB Colombia.
Parte de los retos alrededor del manejo de la información de la biodiversidad es cómo la manejamos. Entender la importancia y los alcances que representa pueden tener implicaciones en todo un país o en todo el planeta. En la ciencia hay quienes prefieren conservar sus datos sin disposición de ‘abrirla’ al público. En Colombia siguen vacíos de información que, aparte de la falta de acceso geográfico o tecnología, también existen porque los datos no han sido compartidos, dice Camila Plata, bióloga que hace parte del equipo del SIB junto a Dairo. Según él, “las generaciones más viejas son como: ‘los datos se tienen que quedar conmigo para que pueda mantenerme y hacer lo que quiero hacer’. Y ahí hay un reto cultural grandísimo con el que tenemos que luchar todo el tiempo”.
“Un arma de doble filo”
Los últimos escándalos relacionados con el manejo del big data han puesto la lupa no solo en el peso de la información, sino en cómo se maneje y con qué fines —ya es un peligro dar un like o compartir una noticia—. “Es cómo se aprovecha esa información para tomar esas decisiones. Las bases de datos en últimas pueden ser un arma de doble filo”, comenta Émerson Pastás, indígena del pueblo de los Pastos. “Si bien pueden servir para apoyar procesos de rehabilitación, de conservación, de uso racional de los recursos, también pueden servir para decir ‘Ahh bueno como hay mucho de este ecosistema, entonces puedo aprovechar un porcentaje en el marco del desarrollo o la creencia de que el desarrollo es lo mejor para el país’", explica Pastás, quien es abogado especialista en derecho ambiental.
Lo cierto es que conocer qué ocurre en determinada región y cómo se comportan sus ecosistemas es determinante para tomar decisiones, “es un arma muy poderosa que puede repercutir en todas las dinámicas existentes en un territorio, puede ser en la biodiversidad, en lo social, lo cultural, lo político, lo económico o lo académico”, agrega Pastás.
Así ocurrió con los proyectos de Reducción de la Deforestación y la Degradación de los Bosques (REDD+, por sus siglas en inglés), una alternativa de nivel mundial para la conservación de los bosques, y con ello del carbono forestal, para mitigar los efectos del cambio climático. En Colombia, la inclusión de los pueblos indígenas y afrocolombianos dentro de estas dinámicas de conservación fue un punto clave “cuando los pueblos indígenas dejaron de ser objetos de estudio para ser sujetos de derecho y ser proponentes de estos proyectos, pues la Amazonía estaba avanzando”, cuenta el abogado, sobre el beneficio que trajo la inclusión de las comunidades locales y su impacto en las dinámicas de los bosques.
Democratizar el conocimiento
En Colombia, la complejidad de los territorios no solo comprende a organismos como plantas y animales, además de los microscópicos, también a la gente que los habita. Allí, comunidades indígenas y comunidades locales como las afro y campesinas tienen una relación estrecha con su entorno y por ello han desarrollado un conocimiento en relación a la biodiversidad. Por esta razón, el último informe de IPBES incluye la participación de estas comunidades, quienes también padecen problemas ya que más del 60% de lenguas y culturas del continente están en peligro o cerca a la extinción.
Para Danilo Villafañe, líder Arhuaco en la Sierra Nevada de Santa Marta, es claro el rol que las comunidades indígenas y locales deben cumplir en la toma de decisiones, “los mejores aliados que tienen los colombianos son los pueblos indígenas y sus territorios, y si a estos le adicionas los territorios colectivos de comunidades negras, incrementa el beneficio”, cuenta VIllafañe. “Si los pueblos indígenas pueden aportar un grano de arena a partir del desarrollo de sus conocimientos, yo creo que es importante. Además, la realidad es que nosotros estamos en las áreas de conservación más importantes. Eso es un buen indicador”, agrega.
Pensar que el conocimiento occidental debería tener la última palabra desconoce otras cosmovisiones como las indígenas, “a parte del conocimiento científico, que en principios se entendería el más importante para Occidente, el conocimiento tradicional también tiene la misma importancia, lo que pasa es que nunca se mezclan”, dice Pastás. Para él, ambos conocimientos son igual de importantes y ninguno se debe validar sobre el otro “sino que los dos tienen que estar en igualdad de condiciones y complementarse mutuamente”.
El proceso de construir conocimiento no es fácil. Nace desde esas salidas de campo en las que obtienen información de los ecosistemas, como los que estudia Maribel Arias, o de lo que guardan en su tradición distintas comunidades que las habitan, hasta llegar a plataformas de información para que estén al alcance de la gente y de los tomadores de decisión. De ahí que sistemas como el SIB, que ya lleva más de veinticinco años en Colombia, buscan crear, compartir y transformar la información para que esté al alcance de más personas. Son esfuerzos porque la información se apropie de una manera distinta, más democrática. Por eso, este sistema se nutre de la ciencia participativa donde todos pueden aportar su grano de arena, el 54% de los datos que hay en el SIB proviene de Ebird, una red de ciencia participativa de monitoreo de aves. “Lo que nosotros hemos hecho es un acto de rebeldía y decir que además de ser un sistema de información oficial para el país, queremos ser una red y queremos que esto lo use todo el mundo”, cuenta Escobar. Una red para conocer cuál podría llegar a ser ese potencial de un cangrejo de color mandarina.
Foto de portada: Maribel Arias / Instituto Humboldt
Efraín Rincón es biólogo y periodista científico. Ha escrito para diferentes medios sobre ciencia y medio ambiente. Es coproductor de Shots de Ciencia, una plataforma de divulgación científica.