Fuego cruzado

Fuego cruzado

Cortesía de Eric Sanman, Pexels. Ciclo de la Chagra, Gaia Amazonas Focos de calor acumulados en la Amazonía Brasileñas según el INPE. Los datos de agosto del 2019 son hasta agosto 24. Gráfica de Mongabay
Author: erincon Fecha:Septiembre 30, 2019 // Etiquetas: Amazonía, fuego, Biodiversidad, Colombia, Incendios, Brazil, recomendados

por Efraín Rincón

“No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores”. En su microrrelato Un mar de fueguitos, Eduardo Galeano dice que hay fuegos que son bobos, que no hacen casi nada. Y otros que son más intensos, “que arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.

Con Galeano en la cabeza, les pido que imaginen a un fuego. Uno que está cerca de una mujer que da luz. Cuando nace el bebé, le cortan el cordón umbilical y, junto a la placenta de la madre, lo entierran cerca a la tulpa o el fogón, para que el nuevo habitante no se pierda y conserve el calor. “Simboliza la unión umbilical con la madre tierra. El calor, la protección, la fuerza, el aprendizaje y la salud. Es toda una cantidad de elementos que se juntan para el bienestar de la persona y de la comunidad”, me cuenta Luz Mery Panche, una indígena del pueblo Nasa, que habita el resguardo Nasa de Altamira, en San Vicente del Caguán, departamento del Caquetá. Sus ojos, de un gris profundo, han sido testigos del fuego de su tierra.

Para los Nasa, dice Panche, el fuego es un elemento sagrado que simboliza protección y sanación. El fuego es aprendizaje. Es el fuego el que permite equilibrar las energías del cuerpo y la comunidad.  El fuego es señal de que un hogar está bien. Allí, el fogón está prendido permanentemente, humeando y generando calor.  

Cuando las cosas no van bien en la comunidad, el médico tradicional, el The’wala, indica la hora y el día para apagar el fuego, como un ritual para sanar la situación colectiva de la comunidad. “Apagamos el fogón como síntoma de querer sanar, de querer que una situación complicada para la comunidad se pueda remediar”, agrega Panche, integrante de la Instancia Especial de Alto Nivel con Pueblos Étnicos para la Implementación del Acuerdo de Paz

Pero este fuego que ella cuenta es ajeno a las llamas que usan ganaderos, colonos y usurpadores del bosque, pues lejos de pensar que el fuego sea una conexión con la Tierra, para muchos descendientes de la cultura occidental más bien representa una herramienta de poder y dominio sobre el territorio. Los incendios desbordados de los últimos meses sobre en la Amazonía someten el fuego a favor de intereses particulares de la expansión de la frontera agrícola, la ganadería y el desarrollo de infraestructura como las carreteras. Sin mencionar las causas de deforestación en Colombia, que incluyen las anteriores, además de los cultivos ilícitos, la explotación minera, la extracción de madera y la praderización para expropiar el territorio.

Como cuenta Galeano, “no hay dos fuegos iguales”, y las selvas del Amazonas lo saben, porque sus árboles han sido testigos de un fuego cruzado.  

Vegetación, humanos y fuego: una relación de vieja data

“Estamos encontrando evidencias de fuegos en bosques húmedos de tierras húmedas bajas de hace 6.000 años”, explica Catalina González, directora del laboratorio de palinología y paleoecología tropical en la Universidad de los Andes. En los últimos años ha trabajado sobre la relación entre el ser humano, la vegetación, el clima y los volcanes en los Andes tropicales. González es como una detective del tiempo que viaja en el pasado, pues estudia la ecología de ambientes muy antiguos, de los últimos 10.000 años. 

Pero, ¿cómo saber que existían fuegos hace miles de años? —Con la máquina del tiempo de Catalina— La paleoecología utiliza muestras del suelo y sedimentos profundos, como una perforación en el fondo de un lago, para luego reconocer pedazos diminutos de carbón, polen y restos de plantas que dan cuenta de la presencia de fuegos pasados. De acuerdo al tamaño de los carbones es posible inferir qué tipo de fuego era. “Las partículas más grandes te hablan de fuegos muy locales y las más chiquitas te hablan de fuegos de mayor escala”, cuenta González. Este tipo de pistas significan la influencia histórica que tiene el ser humano sobre la presencia de fuegos, “Por eso es que se puede usar el fuego como herramienta paleoecológica para inferir ocupación humana”, agrega la investigadora. 

La selva que vemos hoy es un reflejo de la forma en que antiguos pobladores usaron el fuego y modificaron los ecosistemas. Para González, quien ha estudiado la historia de ecosistemas húmedos como los alrededores de la laguna de La Cocha, “Lo que uno ve hoy en día como ecosistemas naturales y prístinos, en realidad tienen una larga historia de uso y de manejo”. Después de estos disturbios, aparecen ciertos hongos, hierbas y árboles que son buenos indicadores de ocupación humana y sus relación con los fuegos, comenta González. 

Según un estudio publicado por la paleoecóloga y arqueóloga tropical Yoshi Maezumi, junto a otros colaboradores, comunidades humanas se establecieron en el Oriente del Amazonas brasilero hace aproximadamente 4.500 años, y han hecho uso del fuego en prácticas agrícolas. Maezumi aclara que, según los registros, aunque el manejo de fuegos era de baja severidad, fue el principal modificador del ecosistema a nivel local y regional. Las prácticas de estas comunidades precolombinas permitieron el predominio de plantas comestibles, hicieron el suelo de algunas regiones amazónicas más nutritivo y favorecieron la llegada de especies más propensas a los incendios.  

Este tipo de investigaciones, como los que hace Catalina González o Yoshi Maezumi, indican la importancia de la paleoecología para entender cómo se podría comportar un ecosistema de las características de la Amazonía luego de una perturbación como las quemas provocadas. Sin embargo, los registros de un estudio como el de Maezumi muestran a fuegos poco frecuentes y de mucha menor escala espacial, hace miles de años, por lo que es difícil saber qué le podría pasar a este ecosistema después de incendios como los de este siglo. Un presente con bosques más propensos a la quema, incendios a gran escala, mayor frecuencia en la sequías, temporadas de fuegos más largas y el aumento de la temperatura amenazaa con convertir a la Amazonía en una chimenea de carbono.

Solo lo que va de este año ha habido un incremento de fuegos de más del ochenta por ciento, en relación con el año pasado, por ejemplo. Y  aquí hay que aclarar algo: el 2019 no es un año con fenómeno del Niño — Sí, sí. Ese que hace que las aguas del Pacífico se calienten  y se altere el clima en algunas partes del planeta. La misma razón por la que en Brasil haya sequías en el Amazonas y el Noreste, mientras que en el Sur hay lluvias—. Años Niño sí fueron el 2005,  2007 o el 2010, periodos en que este fenómeno climático hizo que la tasa de incendios ya superara a la actual.  “Si venimos 10.000 años después y abrimos un hueco en los sedimentos, yo me imaginaría un incremento disparado en la frecuencia de fuegos desde 1950”, comenta González.  

¿Es fuego amigo o enemigo?

Cuando hay un fuego cruzado, es difícil saber si es amigo o enemigo, habría que conocerlos —o estudiarlos — muy bien. Para Dolors Armenteras, profesora del Departamento de Biología en la Universidad Nacional, “Junto con el cambio climático y los cambios en el uso de la tierra, está dicho que hay un debate sobre si el fuego tiene un rol ecológico o es una catástrofe”. Y es aquí donde inicia la discusión, pues resulta que la selva tropical de tierras bajas, como el Amazonas, es un ecosistema que no ha evolucionado a la par de la presencia del fuego, tal como lo han hecho otros ecosistemas como las sabanas de la Orinoquía o del Cerrado brasilero. 

“Los ecosistemas de sabana están habituados porque las especies tienen mecanismos para resistir el fuego”, dice Armenteras. Raíces que acumulan materia y guardan reservas durante la época de lluvias, para después volver a brotar,  o semillas que germinan más rápido con la presencia del fuego son algunas adaptaciones. De ahí que se usen tradicionalmente estas regiones para introducir ganado, por su resiliencia hacia el fuego. Después de cada quema, los suelos quedan cargados con nutrientes para que rebroten pastos para el ganado.  “El problema es que si vas quemando más frecuentemente, pues ya no tienes la capacidad ni el tiempo de producir semillas y frutos para que germinen otra vez”, explica Armenteras, que también lidera un grupo de investigación en ecología del paisaje y modelación de ecosistemas —Suena fácil, ¿no? —.

En cambio, el fuego en las selvas amazónicas no es algo normal o natural —está bien, quizás un rayito ocasional que parta a un árbol—. Pero, para que entre el fuego a la manigua, debe haber una ayuda extra, porque allí  “La humedad te lo para todo”, así, con el acento español de Dolors. Es tan húmeda esta selva, que se caracteriza por hacer casi su propia lluvia [su PROPIA LLUVIA], gracias a la cantidad de agua que sus árboles evaporan y transpiran a toda hora. De hecho, esas nubes que se posan sobre el verde de estas plantas a la larga tienen que ver con las aguas del páramo de Chingaza o con que haya lluvia al sur del continente —ché—. 

Y aunque la humedad predomine entre estas selvas, existe cierta estacionalidad que hace algunas épocas más secas que otras, y es en este punto donde el cambio climático entra en la ecuación, pues las sequías se hacen más largas y más fuertes. La combinación perfecta para que el fuego provocado, después de tumbar los árboles, ande por ahí. Y con la quema, “ya no tienes carbono, no vas a tener biomasa, ni vas a poder transpirar agua. Vas a afectar todo el ciclo. Incluso, eventualmente, puede que afecte hasta las lluvias de aquí del páramo de Bogotá”, aclara Armenteras. 

El fuego, un espacio sagrado

Pero, como este texto es sobre fuego, y dije —o bueno dijo Galeano— que “no hay dos fuegos iguales”, desde la otra orilla aparece un fuego que alimenta el cuerpo y el alma, el de las chagras, un pedazo de tierra en medio de la selva usado para el cultivo de distintas especies y la reconciliación con la naturaleza.  Estas funcionan como un sistema en el que se relacionan varias prácticas, que van desde el uso agrícola y el consumo, hasta saberes y experiencias que interactúan con la vida y el espíritu

Para la comunidad Nasa en el Caquetá, este espacio se llama asxtul, y allí usan el fuego en el proceso de rocería o de limpieza del terreno, “Hacemos la limpieza en un espacio determinado para evitar que el fuego se pueda pasar y generar incendios y desastres”, cuenta Panche. “El fuego lo asociamos en el espacio del cultivo para revitalizar, darle más calor a la tierra y que la semilla pueda germinar”, agrega. Estas quemas funcionan para limpiar la maleza y revitalizar los suelos, pues las cenizas están cargadas de elementos como el fósforo y el nitrógeno, nutrientes esenciales para las plantas. 

 

Ciclo de la hagra. Gaia Amazonía

La relación de este sistema itinerante con las dinámicas de la selva húmeda tropical ha sido armónica a través de la historia. Son prácticas agrícolas que dialogan con la selva y, desde la elección del terreno, usan los recursos de manera sostenible en el tiempo y el espacio, principalmente por las rotaciones y ciclos de las chagras. “A través de ellas, uno puede entender cómo cambia la selva y cómo cambian las sociedades que viven en ella. Es un testigo de cambio”, opina Valentina Fonseca, una ecóloga de la Universidad Javeriana, que publicó recientemente un estudio sobre las transformaciones en la Amazonía y su relación con estos conocimientos ecológicos tradicionales. 

Originalmente, las chagras comienzan por la elección del lugar, seguidos de la tala y tumba de árboles y otras plantas, después viene el fuego y la quema controlada del terreno —aquí comienza la participación de la mujer chagrera—. El siguiente paso es la siembra de distintas especies, el cuidado, la cosecha y finalmente abandonan la chagra y la devuelven a sus dueños para su regeneración. Después de este proceso, “Lo que hacen las comunidades es abrir otra chagra, en otra parte. Es como un ciclo del uso del bosque”, dice Fonseca. 

Cabe aclarar que, a diferencia del uso extensivo y los procesos de deforestación a gran escala de un sistema occidental, las chagras ocurren en temporalidades y espacios que son proporcionales a los ciclos del bosque y que al final retornan a la selva. Sin embargo, según lo que observó Fonseca y otros investigadores, las chagras se hacen cada vez más rápido y más pequeñas, principalmente porque la gente se ha dedicado a otras actividades distintas a las tradicionales y a nuevas formas de economía como el turismo, la mano de obra o el comercio. Esto, sin olvidar que las chagras se ven amenazadas por la pérdida de tierra para hacer sus rotaciones, “estos grandes frentes de fuego y grandes incendios lo que representan es una forma de acaparar la tierra y de apropiarse de ella”, concluye esta ecóloga. 

La conciencia del fuego

Quizás cuando Prometeo bajó con el fuego del Olimpo para entregárselo a los humanos,  no imaginaba los alcances que éste podía tener. A septiembre de 2019, los focos de calor en la región detectados por el INPE, el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil, son alrededor de 140.000, frente a los casi 90.000 que se registraron en el 2018, para este mismo periodo. Pero si comparamos el mismo periodo con un año Niño como el 2005, los focos detectados fueron de 243.000 aproximadamente, un 42% más que este año —Ojo, comparamos un año Niño (2005) con uno que no pasa por un fenómeno del Niño (2019)—. Solo para agosto de 2019 ya se registraba la mayor cantidad de focos de calor desde el 2010. 

Focos de calor acumulados en la Amazonía Brasileña según el INPE. Los datos de agosto del 2019 son hasta agosto 24. Gráfica de Mongabay

Entender lo que implica el manejo del fuego, y más cuando está expuesto a condiciones climáticas que  pueden alterar su control, es de vital importancia para su uso. Esto es claro para Luz Mery Panche y su comunidad, “No somos libres de que en algún territorio, con este tema del cambio climático, las cosas se puedan salir de las manos. Incluso, algunos han participado en tareas coordinadas con bomberos para ir a apagar incendios forestales en otras regiones del país”. Ella es enfática no solo con respecto al manejo del fuego, también con el espacio que habitan, “Nosotros estamos haciendo manejo adecuado del territorio”.

Por su parte, los estudios de Armenteras sobre el fuego en los últimos años están migrando a instancias más políticas. Junto a su grupo de investigación y con el apoyo de algunos representantes a la Cámara, se impulsó un proyecto de ley sobre “Manejo integrado del Fuego”, que a su vez permita crear “una política de corresponsabilidad social, investigación y educación ambiental”. Para Armenteras, “esta política corresponde a un manejo integral del fuego para reducir su riesgo”. Esto también significa un esfuerzo por apostarle a la investigación sobre su uso y control, y a la asesoría científica para que se tomen mejores decisiones sobre su uso.

En la actualidad, Brasil es el mayor exportador de carne en el mundo. En el 2018, cerca del 20% de la carne exportada en el mundo venía de Brasil. Esto es un tipo de economía que no solamente arrasa con la selva para poner más ganado, también por los cultivos de soya que, en su mayoría, se usan para alimentar a las vacas. Ese país tiene alrededor de 232 millones de cabezas de ganado, el segundo más grande en el mundo, después de la India. 

Por nuestra parte, aquí el fuego que devasta las selvas tiene nombres propios: la praderización, los cultivos de uso ilícito, malas prácticas de ganadería extensiva, minería, carreteras ilegales, la frontera agrícola que se expande donde no debería y la tala ilegal azotan el territorio, entre ellos la Amazonía. El noroccidente de esta región concentra los principales núcleos de deforestación en los departamentos del Caquetá, Putumayo, Guaviare y Meta, según el monitoreo del Ideam el último trimestre del 2018.

El fuego no va a dejar de existir, y mucho menos su uso por parte de los seres humanos. Lo que sí puede cambiar es la relación que tenemos con él y con el territorio para reconciliarnos. En palabras de  Luz Mary Panche, “Lo que hay que hacer es revertir nuestras acciones sobre el territorio, para mirar qué se hace. Eso parte de cambiar a todo un modelo económico de desarrollo que permita la administración y el manejo adecuado”. 

 

Efraín Rincón es biólogo y periodista científico. Ha escrito para diferentes medios sobre ciencia y medio ambiente. Es coproductor de Shots de Ciencia, una plataforma de divulgación científica.

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