Por Brigitte Baptiste
Desde las épocas de la invasión y conquista europeas en América, se persiguió duramente a los representantes del conocimiento local en centenares de culturas bajo la acusación de representar al demonio judeocristiano en la Tierra. La ciencia colonial, que realmente aún no existía, era tan subjetiva y chamánica como la de toda cultura, basada en creencias y dogmas locales expandidos por su apego al poder político y usados como arma de terror: para cuando Giordano Bruno ardía en el fuego de la inquisición en 1600, ya se había completado buena parte del exterminio indígena americano a manos de las órdenes religiosas militarizadas que eran el fundamento del aparato político de los regímenes monárquicos, alimentados del monoteísmo expandido y manipulado institucionalmente desde la caída del imperio romano.
La evolución de los sistemas de conocimiento autónomos de los pueblos indígenas se truncó de manera criminal y se perdieron cientos de tradiciones empíricas y ético-filosóficas invaluables, como aún sigue sucediendo bajo la imagen de que el chamanismo es una suerte de brujería ensalzada por algunos antropólogos y mercaderes del exotismo. La condición multicultural de las ciencias sigue siendo negada y perseguida por la mayoría de la sociedad, a veces de manera inconsciente, relegando la sabiduría de hombres y mujeres que han demostrado sobradamente que sus preceptos y formas de vida en los ecosistemas ecuatoriales no solo funcionan y son adaptativos, sino que también generan una base robusta para la regulación moral de sus sociedades.
La persistencia de la discriminación, en el fondo, perdura hoy paradójicamente soportada no en la religión (que insiste en “evangelizar” a pesar de todo), sino en la misma ciencia, que no reconoce la variabilidad de sistemas de conocimiento en la medida en que se ha insertado en las estructuras de poder con los mismos mecanismos de las órdenes dogmáticas medievales: los investigadores son tratados en el presente como “eminencias” y los regímenes políticos a menudo logran controlar a las comunidades científicas restringiendo la libertad de pensamiento e investigación. De ello dan muestra fehaciente tanto la izquierda como la derecha dogmáticas: consideran que la verdad es una construcción conveniente a sus regímenes.
La confusión que persiste entre chamanismo y brujería es uno de los factores que no permite avanzar el conocimiento local acerca del mundo y sus ecosistemas. La imposición de formas de codificación, métodos de pensamiento y mecanismos interpretativos de la realidad aún se considera objeto de disciplina política. La prueba: pocos órganos de fomento de la investigación oficiales patrocinan las ciencias étnicas; no solo las ignoran, además promueven indirectamente la estandarización falsamente universalizadora de datos, teorías y manifestaciones de la riqueza de perspectivas que tradiciones milenarias proponen. Las academias de ciencias nacionales no reconocen esta diversidad, pese al acuerdo constitucional, por ejemplo. La complejidad epistemológica parece ser un cuello de botella insuperable, pero no objetan la homeopatía (cuyos productos no son más efectivos que un placebo, según numerosos estudios) ni la gigantesca cantidad de “verdades” mercantiles propagadas por la publicidad y sus ejércitos de abogados diestros en la gestión del lenguaje para defender intereses.
No comprender las bases del conocimiento local o su carácter filosófico innato tampoco ayuda a liberar a los pueblos indígenas de su dependencia de los instrumentos de mercadeo que a menudo los obligan a falsificarse y vender porciones de un conocimiento que se reconoce como construcción colectiva o a seguir sujetos de la aprobación de los “hermanos menores” (nombre con el que los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta llaman a los no indígenas) que sonríen benévolamente cuando les escuchan hablar: en nuestro régimen, podemos darnos el lujo de ser condescendientes.
Ello no quiere decir que los sistemas de conocimiento locales no sean también dogmáticos u obtusos, frecuentemente como resultado de sincretismos adaptativos que en el buen sentido podrían ser fuente de debate ontológico y epistemológico, pero son tan humanos como los demás. Hay muchas maneras de ver el mundo, como lo demuestran las visiones radicales y críticas del uso del yagé y otras plantas de conocimiento, o simplemente sistemas de debate y verificación de los hechos que ya quisiéramos practicar en comunidades científicas llenas de roscas y verdades indiscernibles de los intereses de los investigadores.
El conocimiento local existe sin necesidad de la validación del universal: presumimos que hay leyes que nos cubren a todos, pero no es lícito imponer una manera de operar a ninguna sociedad con base en una sola forma de expresarlas o representarlas. Al fin y al cabo, sabemos que nuestro saber es absolutamente limitado y el uso de la razón como fuente de autoridad puede y debe ser cuestionado permanente e institucionalmente. El chamanismo, en sus manifestaciones del siglo 21, es un reto para la integración de un sistema de ciencias que realmente represente a la nación.
Brigitte Baptiste es la Directora General del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. Actualmente es miembro del Panel Multidisciplinario de Expertos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (MEP/IPBES) en representación de América Latina. Ganadora del Premio Príncipe Claus 2017 por su trabajo en ciencia, ecología y activismo de género. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país. Fotografía de uso libre.