Por Andrés Carvajal
Después de las tormentas electorales no viene ninguna calma. El ventarrón de las campañas pasa, la marea baja y tras el ripio del material electoral no marcado, la basura de la propaganda y los charcos de lágrimas de los electores derrotados se hace visible el tsunami mudo de la democracia, que suele imponerse y arrasar con todo: la cifra de abstención. En Colombia y en muchas partes del mundo, quienes ganan casi todas las elecciones, sean presidenciales, legislativas o consultas populares, son los abstencionistas. Yo a estos ganadores no los entiendo, salvo tal vez a algunos amigos que tomando cerveza me han dicho que todo el sistema les parece “una mierda, hermano… y a usted lo quiero mucho”, cosas que no puedo discutir. Pero luego se me vuelve a cerrar un poco el entendedero cuando dicen que no se les da la gana de votar para no ser parte de eso, como si no votando pudieran levitar por encima del sistema y no pisar tanta boñiga que observan en la sociedad. Igual, razonable o no, entiendo que esta es una posición política. Pero a los que de verdad no entiendo son los que no saben o no responden, los que ejercen el sagrado derecho constitucional de militar en el meimportaunculismo, los que llaman “apáticos”. No entiendo a los apáticos de la democracia, pero se me parecen a otros que tampoco entiendo: los apáticos de la ciencia.
El matemático norteamericano John Allen Paulos ha logrado describir un aspecto de los apáticos de la ciencia. En su libro sobre el analfabetismo matemático y sus consecuencias, argumenta que hay personas con poca formación que son muy capaces de interpretar las matemáticas y por eso cree que los factores psicológicos y no los educativos son los más debilitantes a la hora de aprovechar las matemáticas como una herramienta para descifrar la realidad. Y señala uno de esos factores: la tendencia de mucha gente a personalizar en exceso los hechos, a relacionarlo todo con su propia vida y a resistirse a ver las cosas desde un punto de vista más amplio. Dice Paulos que la ciencia y las matemáticas implican una visión amplia y no personal del mundo que formula preguntas de tipo “¿Cuánto hace? ¿A qué distancia? ¿A qué velocidad? ¿Qué relaciona esto con aquello? ¿Qué es más probable? ¿Cómo integra uno sus proyectos en el panorama local, nacional e internacional? […] Las personas demasiado arraigadas en el centro de sus propias vidas encuentran que tales preguntas son desagradables, en el mejor de los casos, o repugnantes en el peor […] Conseguir que estas personas se interesen por un hecho científico por el hecho en sí, sólo porque sea curioso, intrigante o bello, es casi imposible.”
Los apáticos de la democracia no son necesariamente ignorantes, muchos han tenido el privilegio de haber pasado por una universidad y no saben ni siquiera para qué sirve el Congreso de la República, si es que sirve para algo. No ven lo público como lo propio sino como el lugar de la chusma, a kilómetros de su familia y amigos. La discusión sobre política les parece detestable porque lo importante es su trabajo, mejor dicho, para qué hablar de otra cosa que no sea ellos mismos. La búsqueda de soluciones colectivas les produce arcadas y se la pasan privatizando las soluciones. La pregunta de cómo reducir la corrupción estatal la resuelven diciendo que ellos no se cuelan en el Transmilenio ni defraudan a la DIAN. ¿Cómo reducir los robos? Pues no dando papaya. ¿Cómo enfrentar la desigualdad? Pues dando limosna y diciendo que los pobres no sueñan y no quieren progresar. ¿Cómo remediar el desempleo o los problemas de la economía? A punta de autosuperación y pensamiento positivo. Hacer que estos astros que viven embelesados viendo cómo el sol y todos los cuerpos celestes giran alrededor de ellos se interesen en la participación colectiva o en la discusión democrática es casi imposible.
Quizás, los apáticos de la ciencia y los apáticos de la democracia sean los mismos. Y aunque para ellos hacerse preguntas desde el pensamiento científico o democrático sea pensar en los huevos del gallo, muchas de estas preguntas se relacionan directamente con sus problemas.
Según Paulos, “demasiada gente tiene una actitud de ¿por qué a mi? ante sus infortunios. […] Las cosas desagradables ocurren de vez en cuando y les han de suceder a alguien. ¿Por qué no a ti?” Es decir, en algunos casos, las desgracias personales son preguntas para la ciencia estadística y sus probabilidades. Y en mi opinión, demasiada gente se siente miserable preguntándose por qué lleva meses sin conseguir trabajo, por qué no tiene para pagar el préstamo de la universidad o por qué no tiene medicina prepagada para que no se demoren dos meses en asignar la cita médica; por estarse mirando el ombligo no pueden ver que sus desgracias personales son también desgracias colectivas, que no se explican tanto por la falta de “autosuperación” sino por una sociedad moldeada por cierta cultura política.
Andrés Carvajal ha escrito sátiras para diversos medios y formatos, como la ponencia White Elephants Come First (en la conferencia sobre derechos humanos y educación de Colombian Academics en City University of New York - 2016). Ganador de la convocatoria New Media 2017 (Proimágenes, MinTic y Canada Media Fund) con Aprende con Muchotrópico, formato audiovisual de sátira. Cocreador y editor de la serie documental infantil Emoticones, finalista en los festivales Prix Jeunesse International 2018 y FAN Chile 2018. Ilustración de Power Paola para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
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