por Eduardo Arias
La pandemia de la enfermedad llamada COVID-19 y que todos conocemos coloquialmente como coronavirus ha puesto en evidencia las paradojas que plantea un mundo globalizado y conectado.
Los virus ahora viajan en avión. Un porcentaje muy alto de los seres humanos viven en grandes ciudades (denominadas también como aglomeraciones, que es precisamente lo que los expertos invitan a evitar para detener un contagio incontrolado) y un alto porcentaje de los habitantes de estas aglomeraciones están conectados casi todo el tiempo por redes de internet.
Por primera vez en la historia de la humanidad, el avance de una enfermedad contagiosa que se esparce por el mundo de manera casi incontrolada se sigue en tiempo real. Y no digo “se puede seguir en tiempo real” porque no hay casi opción de no seguirla. Gracias a internet y a las redes sociales cada nada a nuestros computadores y teléfonos celulares llegan mensajes de todo tipo.
La pandemia de enfermedad por coronavirus, por su gravedad, así como el miedo y la incertidumbre que provoca, nos tiene al borde de un ataque de nervios. Y buena parte de esos nervios se los debemos a la comunicación casi inmediata que tenemos con los involucrados. Desde periodistas que informan desde el lugar de la noticia y familiares que envían algún mensaje de aliento o comparten algún chiste relacionado con el virus, hasta comunicados de médicos, centros médicos y gobiernos que intentan orientar a la población.
El resultado, al menos en mi caso, ha sido una montaña rusa de emociones que me llevan de la euforia cuando leo un mensaje positivo, hasta angustia y depresión cuando llegan alertas que comparan esta epidemia con la puerta de entrada del apocalipsis. Yo, en particular, siento la necesidad imperiosa de estar informado y, a la vez, me encantaría poder darme el lujo de desconectarme.
Lo bueno
Yo, la verdad, agradezco mucho estar conectado, y por varios factores. Por un lado, las redes sociales me permiten compartir emociones con la familia, con amigos, saber cómo se encuentran, con todo ese conglomerado de seres queridos que, aunque vivan a dos cuadras de distancia, ahora están muy lejos. En estos días insólitos las redes me permiten distraerme, tranquilizarme y reirme en conversaciones insulsas con los miembros de mis grupos de WhatsApp.
También gracias a la posibilidad de obtener información oportuna, muchas veces inmediata, millones de personas hemos podido tomar medidas preventivas incluso antes de que las autoridades así lo hayan determinado. Información de gran ayuda circula por la red. Por citar algunos ejemplos, experiencias de personas que viven la emergencia en otros países llegan al instante. Las redes permiten obtener información oficial y también ayudan a resolver inquietudes. En las mismas redes muy rápidamente se corrigen errores o se señala si alguna noticia que se ha divulgado es falsa. Las redes, además, nos suben el ánimo. Por ejemplo, cuando nos cuentan acerca de avances y aportes concretos de investigadores colombianos que permitirían abaratar costos en equipos como respiradores y válvulas.
Las redes sociales permiten que expertos, científicos y comunicadores de la ciencia hayan puesto al alcance de millones de personas información muy valiosa y que ha ayudado no sólo a orientar a las personas sino también a entender la razón de medidas que se han tomado. Han divulgado explicaciones contundentes y prácticas de la necesidad de aislarse.
Por ejemplo Todo es Ciencia, a través de esta misma página, se ha encargado de ofrecer información variada, continua y verificada, en un lenguaje didáctico, accesible a nosotros los que no somos expertos en un tema tan complejo. Como artículos para explicar la importancia del distanciamiento social en estos momentos o piezas para tumbar mentiras y mitos que esta misma interconexión ha generado.
Asimismo, han sido de gran utilidad muchos otros mensajes que nos han llegado por las redes. Algunos de ellos son, por ejemplo, la simulación del Washington Post que muestra cuatro escenarios posibles de la transmisión del virus y que demuestra la importancia de aislarse. Un papel similar juega este trino de MichaelGalanin.
Gracias a las redes pudimos ver la explicación del inmunólogo argentino Alfredo Miroli, en Radio Tucumán, en la que explica la naturaleza del virus con gran claridad y, mejor aún, sin caer en alarmismos ni dramas.
Lo mismo ocurre con la entrevista a la microbióloga mexicana Gabriela Olmedo en un espacio radial. El Centro de Investigaciones y estudios Avanzados (CINVESTAD), del Instituto Nacional de México en el que ella trabaja (es la directora del módulo de la ciudad de Irapuato, en México) creó el blog www.estornuda.me, donde recopilan y comparten artículos e investigaciones de calidad para que el público pueda orientarse.
Estos son apenas ejemplos de gran cantidad de material de calidad que está disponible y que se divulga por todo el mundo en cuestión de minutos gracias a las redes sociales.
Lo malo
Pero, como ya se sabe, no todo ha sido color de rosa. No solamente por la desinformación, por las noticias falsas. Noticias falsas y acomodadas y desinformación han sido moneda corriente a lo largo de la historia del periodismo y de las telecomunicaciones. Sólo que ahora se difunden de manera masiva a velocidades hasta hace pocos años inimaginables.
Un problema adicional que yo he encontrado es la naturaleza misma de esta crisis. Esta es una pandemia provocada por un virus. Y la microbiología es una ciencia muy compleja, cuyo lenguaje y sus protocolos solo le son familiares a quienes la hayan estudiado a fondo. Todo el mundo sabe qué es una gripa y entiende el concepto de enfermedad, pero de allí a que sepamos qué es un virus, qué lo compone, cómo interactúa; de allí a que sepamos cómo crece una epidemia…
Sólo los especialistas saben exactamente qué provoca esta enfermedad en particular y cómo se contagia. Otro aspecto que complica la complejidad es que la epidemiología (disciplina que estudia la distribución, frecuencia y los factores que determinan una enfermedad en una población y que permite tomar medidas de control), es una disciplina que combina salud, demografía y estadística, conocimientos que se explican con cálculos matemáticos mucho más complejos que las cuatro operaciones básicas. Por ejemplo, para entender por qué se estima que es positivo que empiece a haber un crecimiento de infectados constante, hay que entender lo que significa un crecimiento exponencial.
Entonces, como dije antes, tenemos a mano información veraz y didáctica que nos ha permitido entender y familiarizarnos con los aspectos esenciales de esta epidemia. Pero como muchas personas no disponemos de una información básica previa, hemos recibido como veraces y creíbles informaciones y noticias falsas por el sólo hecho de estar vestidas con el lenguaje de la ciencia. Basta con que el enunciado utilice algún término descrestador y se diga que la avala tal o cual universidad para que parezca real.
El primer ejemplo de aquello fue un mensaje de voz de un médico anónimo que recomendaba tomar muchos líquidos y contener el aire 10 segundos como prueba para saber si se estaba infectado o no. Luego esa voz comenzó a circular con una fotografía de Rodolfo Llinás, quien tuvo que alertar a los redenautas que él no había dicho eso. Otra noticia que causó gran alarma fue un trino en el cual decían que este virus tiene en su genoma partes de VIH (virus que infecta células muy diferentes a las que infecta el nuevo coronavirus) y de tuberculosis (que ni siquiera es virus sino bacteria), algo que más parece salido de la imaginación de Mary Shelley que de un trabajo científico real. Por esa razón Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), señala lo importante que es luchar contra el virus de la desinformación y la propagación incontrolada de informaciones inexactas, sensacionalistas e imposibles de verificar.
Pero incluso la información verídica provoca zozobra. No olvidemos que esta epidemia la provoca un virus que se manifestó por primera vez hace menos de seis meses. La ciencia, contra el reloj, ha tenido que darse a la muy compleja tarea de entender cómo es y cómo funciona el virus SARS-CoV-2. Entonces todavía hay vacíos y lagunas que los científicos intentan dilucidar. Además, en algunos casos los mismos científicos y médicos no se han puesto de acuerdo acerca de los verdaderos alcances de esta pandemia. Y, ya en el plano emocional, la misma medicina se puede ver desde diferentes aristas. Causa un efecto muy distinto una información que señala que el virus es peligroso para una población vulnerable como adultos mayores o gente con enfermedades crónicas o que basta con jabonarse bien las manos para matarlo (lo cual es cierto) si se compara con el testimonio de una médica colombiana que trabaja un hospital en Italia y señala alarmada que ya no dan abasto para atender todos los casos que llegan, lo cual también es muy cierto. Tanta cantidad de información abruma y explica por qué pasamos tan fácil del optimismo al pesimismo decenas de veces al día, por qué estamos en una montaña rusa emocional que no parece tener fin.
Lo feo
Y no faltan las personas inescrupulosas que pescan el río revuelto. Es el caso de algunos pastores religiosos que obligaban a sus fieles a hacinarse en sus iglesias con tal de no perder el diezmo, que convencían a sus feligreses de que Dios los iba a proteger de la enfermedad y que, una vez obligados por las autoridades a cerrar sus iglesias, han seguido recolectando dinero a través de transacciones por internet.
También están los delincuentes informáticos de diferentes partes del mundo que envían correos electrónicos malintencionados para acceder a información privada en los teléfonos y los computadores. Estos mensajes traen un vínculo donde se invita a conocer más acerca del virus. Al ingresar en él se instala un software que extrae esa información del usuario.
Si usted se encuentra abrumado por la avalancha de informaciones acerca del virus es normal que esté ansioso y deprimido.
Pero tenga presente que en esta guerra a la que lo han invitado a participar no hace falta empuñar un arma sino ponerse un par de pantuflas para que esté más cómodo en su casa. Y, eso sí, lavarse las manos la mayor cantidad de veces que le sea posible.
Biólogo dedicado a las comunicaciones. Eduardo Arias ha escrito como periodista acerca de temas de medioambiente y divulgación científica. Ha escrito libros y publicaciones para el Inderena y el Instituto Alexander von Humboldt. También ha escrito varios libros de humor político y fue libretista y argumentista en el programa Zoociedad. En la actualidad es periodista independiente y ejerce el cargo de defensor del televidente de Señal Colombia.
Las ilustraciones son de Santiago Rivas ( @Rivas_Santiago).
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