por Andrés Carvajal
En las orillas del río Congo viven los parientes más cercanos del ser humano. A lado derecho del río viven los chimpancés (Pan troglodytes) y al lado izquierdo viven los bonobos (Pan paniscus). Ambos son nuestros primos, el último ancestro común vivió entre hace 6 a 7 millones de años en el África ecuatorial. Además, compartimos el 98,7% del ADN tanto con los chimpancés como con los bonobos y entre ellos comparten el 99,6% del ADN. Definitivamente somos familia. Y como en todas las familias, se siente la paradoja de vernos muy parecidos y al mismo tiempo muy distintos. A estos simios los califican como antropomorfos, es decir, tienen apariencia humana. Los chimpancés son más corpulentos, cabezones y orejones que los bonobos, que tienen brazos y patas más esbeltas. Los bonobos tienen la cara más negra y los labios más rojos que los chimpancés y tienen un peinado partido por la mitad que se ha observado mucho en desfiles de Dior, Chanel, Armani y otros nombres de la alta costura, estilo que además ha sido muy documentado en el trabajo de nuestros fabricantes más clásicos de pelucas y peluquines. Pero las diferencias más visibles están en las conductas, en especial, en el comportamiento sexual.
Nuestros primos chimpancés, como mucha gente que está a la derecha, tienen cara de ser aburridísimos en el sexo. En su ensayo “Sex as an Alternative to Aggression in the Bonobo”, Frans de Waal, primatólogo, etólogo y experto en comparaciones entre humanos y monos dice: «Mientras que el chimpancé presenta escasa variación en el acto sexual, los bonobos se comportan como si hubieran leído el Kama Sutra y adoptan todas las posturas y variaciones imaginables». En cuanto a las posiciones sexuales, podemos ser bonobos o chimpancés. La cosa varía entre grupos de Homo sapiens de distintas épocas, regiones, culturas y hasta filiación política. El repertorio de posiciones sexuales de un espécimen humano de la pacata Europa de la época victoriana no es el mismo de uno del Antiguo Egipto aficionado a participar en las orgías en nombre de la diosa Sejmet Bastet en la ciudad de Bubastis. También pasa que como individuos cambiamos con la práctica o incluso un momento estamos como chimpancés y al otro como bonobos, dependiendo del estado de ánimo o nivel de alcohol en la sangre (tampoco falta el chimpancé que se cree bonobo).
La actividad sexual de nosotros y de nuestros primos no solo tiene que ver con la cópula. Es todo un sistema de conductas sociosexuales que van mucho más allá del apareamiento entre un macho adulto y una hembra adulta durante el periodo fértil. Los primates de la orilla izquierda del río tienen un menú de actividades lúdicas que no existe en el lado derecho: besos en la boca, tocamientos, masturbación mutua, esgrima de penes entre machos, frotamiento de vulvas entre hembras, penetración anal entre machos. Los bonobos no son libidinosos solo en nombre del mero juego y del noble placer, estas actividades también tienen muchas funciones como lubricante social: comunican buena voluntad, bajan la tensión en momentos de disputa o agresividad, impulsan la reconciliación, sirven para pedir comida, dar la bienvenida, la despedida, los buenos días, las buenas noches… y así sí, damas y caballeros, qué bonito es saludar y ser saludado. De Waal explica en el libro “Bonobo: The Forgotten Ape” que «Los chimpancés recurren al poder para resolver los problemas sexuales; los bonobos recurren al sexo para resolver los problemas de poder». Y aquí, de nuevo, los humanos tenemos una pata en la orilla derecha y la otra en la orilla izquierda. En la derecha, muy cerca de los chimpancés, están varias de nuestras instituciones de poder, como la Iglesia, uno de cuyos mecanismos de control social más famoso es la idea, convertida en norma en ciertos periodos de la historia, de que el sexo está reservado para procrear después del matrimonio. También están varios estados que han penalizado la homosexualidad. A pesar de la religión y la discriminación, los Homo sapiens nos hemos dado mañas a través de la historia para volarnos de vez en cuando al lado izquierdo y liberar tensiones, besarnos con desconocidos, masturbarnos, tener relaciones homosexuales, ver porno en vivo o hacernos masajes tántricos.
El sexo, tanto en humanos como en nuestros primos, también se relaciona con las estructuras sociales y el poder que en ellas ejercen grupos e individuos. O como lo pone Oscar Wilde en su famosa frase, “Todo en el mundo es sobre sexo excepto el sexo. El sexo es poder”. Los chimpancés de la derecha son machistas (frase que bien podría describir a ciertos grupos humanos), se organizan en comunidades manejadas por un macho alfa en una estructura profundamente jerárquica donde todos los machos están por debajo del líder y por debajo de ellos están las hembras, a quienes dominan y con mucha frecuencia acosan violentamente para obligarlas a copular y al mismo tiempo tratan de restringirles al máximo su elección cuando son ellas las que deciden aparearse con otros machos. Los conflictos suelen resolverse con gritos, aspavientos intimidatorios con ramas o con violencia física. Son famosas las guerras entre tribus de chimpancés por alimento y territorio. Las luchas sangrientas internas por el poder. Sus alianzas de machos para derrotar a otros machos. El asesinato de las crías. Las hembras como trofeo de batalla. Cosas que nos recuerdan lo peor de nosotros, sus primos lampiños.
Los bonobos tienen una estructura social muy diferente. En su lado del río, las hembras mandan. Quien tiene más poder no es un macho alfa sino grupos de hembras aliadas que suelen sellar su lealtad teniendo sexo lésbico. Los conflictos con otros grupos por espacio o alimento los solucionan machos y hembras en armonía acudiendo a su amplio repertorio sexual. Los bonobos son unos malditos jipis que prefieren hacer el amor y no la guerra. Los machos no compiten agresivamente por sexo porque las hembras suelen solicitar sexo a los machos y ellas a su vez están por lo general dispuestas a complacer sus deseos. Y sí, también nos parecemos a los bonobos cuando nos vamos a vivir a una sucia comuna jipi izquierdosa o, para no ir tan lejos, cuando salimos de la oficina y nos escapamos a un bar swinger, donde en las orgías e intercambios participan solo los que quieren y suelen ocurrir sin agresividad, con respeto y con el beneplácito de las mujeres, quienes son las que mandan en la fiesta. Aunque el patriarcado está extendido en casi todas las culturas del planeta, hay casos de comunidades no patriarcales donde las mujeres juegan un papel central, como los mosuo, que viven cerca al Tíbet, donde los hijos toman el apellido de la madre y viven en su casa. Las mujeres toman las decisiones económicas, eligen a los amantes que quieran y no existe el matrimonio sino múltiples y diversas “visitas de amor“ libres y abiertas en las que parece que no existen los celos. Acá mismo, entre Colombia y Venezuela, tenemos el ejemplo de la cultura indígena wayúu en la que las mujeres son autoridad, pueden tener la última palabra en la resolución de conflictos entre clanes y en la que el linaje también se define por la línea de la madre.
Todos los primates somos flexibles y adaptativos. Las diferencias de conducta sexual entre bonobos y chimpancés parecen ser respuestas adaptativas a las condiciones de su entorno, en especial, a la disponibilidad de alimentos. Los comportamientos no vienen escritos de principio a fin en el ADN, además se necesita un primer estímulo del entorno social y natural para que se produzcan. Una pregunta que se ha hecho la ciencia es si es posible crear sociedades de chimpancés que vivan como bonobos y viceversa. Este tipo de preguntas es clave, no porque en realidad nos preocupe mucho la vida de nuestros primos sino porque entenderlos nos da herramientas para entendernos a nosotros mismos.
Podemos comportarnos como cualquiera de nuestros dos primos cercanos. Algunos argumentarán que somos más dados a la violencia chimpancé que a la paz bonoba, pero la fama de nuestras peores guerras y conflictos armados no se compadece con el gran número de pueblos que han resuelto sus problemas de manera no violenta a lo largo de la historia. Pareciera que podemos saltar de un lado al otro del río Congo a voluntad, pararnos en cualquier rango intermedio o incluso estar en los dos lados al mismo tiempo. A fin de cuentas somos el primate que pudo adaptarse a condiciones climáticas extremas y de disponibilidad de recursos en cada rincón del planeta, y a los cambios en cada giro de las épocas. Nuestra gran plasticidad sexual, es decir la capacidad de cambiar radicalmente nuestros comportamientos sexuales, ha acompañado estos procesos extremos de adaptación. De la mano de esa plasticidad podemos crear distintos tipos de sociedades, pienso que incluso una que no hayamos creado jamás.
Ahora estamos en un momento revolucionario en que la sociedad ha empezado a desafiar al patriarcado y a cuestionar las normas sociales restrictivas más extendidas con respecto al sexo, como la obsesión por la monogamia. Nunca habíamos tenido tanta libertad sexual. Mejor dicho, cada vez es más palpable que, como dijo Jean Paul Sartre, estamos condenados a ser libres. Ojalá el ejemplo de nuestros primos cercanos pueda ayudarnos a cumplir de mejor manera esa condena.
Andrés Carvajal. Escritor. Creador de contenidos audiovisuales. Ha escrito sátiras para diversos medios y formatos. Columnista y líder editorial en Todo es Ciencia. Hace parte de Guoqui Toqui, un laboratorio de contenidos audiovisuales. Gurú que enseña a hacer casi tan feliz como los políticos en el canal de YouTube Aprende con Muchotropico.
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