Imaginemos que nos invitan a ver un espectáculo que se proyectará sobre una pantalla, curva y gigante, sobre la cual podremos observar el mayor espectáculo de luces nunca visto. Algunas muy pequeñas, otras más grandes; algunas resplandecientes otras apenas visibles.
También podremos imaginar algunas luces llenas de vida muy fugaz, otras moviéndose y dejando un rastro detrás. Con un poco de atención observaremos algunas nacer, otras crecer y envejecer, y para darle un toque trágico: otras morir. Además, por el mismo precio, nuestra butaca tendrá un imperceptible movimiento. ¿Impactante verdad?
Aunque cabe aclarar que no hacemos referencia a ninguna proyección futurista en una sala de cine con efectos envolventes. Se trata simplemente de un espectáculo que bien lo pudo haber disfrutado alguno de nuestros familiares más antiguos, digamos hace unos 400.000 años atrás, cuando luego de cenar algún animal extraño (y de evitar ser la cena de algún animal extraño) nuestro pariente se acostaba en el suelo a observar el cielo.
Los denominados cuerpos celestes (estrellas, cometas, meteoritos, planetas y satélites) han sido fuente de curiosidad, admiración o inspiración del ser humano desde que camina por estas tierras. El no saber exactamente qué eran esos parpadeantes puntos de luz abrió la puerta a innumerables explicaciones, todas alejadas de la realidad que hoy en día conocemos gracias al avance de la tecnología.
En su afán de interpretar la naturaleza a como diera lugar, se les confirió responsabilidades de gigantescas brújulas como el caso de la cruz del sur, la estrella polar o el brillante lucero. Incluso funciones de verdaderos sistemas de posicionamiento satelital espiritual como el caso de la famosa estrella de Belén, para la cual Isaac Asimov propone hasta 9 alternativas, muchas ligadas a la astronomía, para su explicación1.
A lo largo de la historia de la humanidad a cuanta cosa pasaba en el cielo se le solía interpretar como mensajes premonitorios. Por ejemplo, el 28 de mayo del año 585 a.c. (fecha calculada por la NASA2) se detuvo una guerra de cinco años entre el Rey de Media (que no tenía nada que ver con lo que usaba en sus pies) y el Rey de Lidia (que no tenia nada que ver con los toros), en la región de la actual Turquía. Se detuvo gracias a un eclipse total de sol que afortunadamente fue interpretado como una señal de parar con la barbarie.
Y más acá en el tiempo, en otro mes de mayo, pero del año 1453, otro eclipse total (pero de luna esta vez) les presagió un mal final a los bizantinos que intentaron en vano detener la caída de Constantinopla2.
Pero no siempre fueron mensajes malos los que se pudieron leer en el cielo, también en aquellas épocas en que no se habían inventado ni el sudoku ni las sopas de letras, seguramente la pregunta sobre cuantas de esas luces parpadeantes habría en esa enorme pantalla era una cuestión recurrente, y siempre había alguien dispuesto a resolverla. Por ejemplo, en el año 134 a.c. el griego Hiparco confeccionó un mapa con ¡más de 1000 estrellas brillantes!3. Debe haber sido difícil cuestionarle la cantidad, pero confiemos en nuestro amigo Hiparco, quien por cierto en sus ratos de ocio había usado métodos trigonométricos para determinar la distancia entre la Tierra y la Luna (aquí es cuando nos apenamos de que a duras penas sabemos por qué lado sale la Luna).
Podríamos relacionar otra entretención con unir imaginariamente puntos luminosos en esa gigantesca pantalla nocturna y con paciencia, y mucha imaginación, un puñado de luces brillantes generaban figuras mitológicas, animales, etc. Así nacieron las constelaciones (figuras que no hubiéramos sido capaces de visualizar con esta pobre imaginación) y alguien (si, otra vez un griego) se tomó el trabajo de organizar en el siglo II un catálogo de estrellas conteniendo 1028 de ellas, y si se tienen las estrellas se tienen las constelaciones (48), y se elabora el Almagesto, obra fundamental para la astronomía hasta la Edad Media. Y nada más que para hacernos sentir mal, este griego de nombre Claudius Ptolomeo, tuvo tiempo para escribir 5 libros de óptica, 3 de acústica y uno de astrología (definitivamente griegos eran los de antes)4.
Hablando de astronomía era inevitable también el culpar a las estrellas por cuanto comportamiento y mal de amores se sufriera en este valle de lágrimas. Desde entonces esta actividad ha sido mucho más próspera que el dedicarse a la ciencia en serio. Esto lo tuvo en cuenta Galileo Galilei quien, si bien quedó marcado para la historia por su aporte a la observación astronómica con sus telescopios y con su falta de tacto para dialogar con la Iglesia, fue un hábil elaborador de horóscopos.
De todos modos, ser atrevido no es siempre garantía. Esto lo supo bien el matemático Gerolamo Cardano, quien tuvo la osadía de elaborar un horóscopo de Jesús. Por supuesto, le valió cárcel por hereje; aunque se conserva la leyenda que dice que cansado de fracasar como adivinador predijo su propia muerte para el 20 de setiembre de 1576 y resultó exitoso gracias al suicidio cometido casualmente el mismo día.
En definitiva, la vida del ser humano siempre ha estado ligada de una u otra manera a las estrellas; las responsabilizamos de los comportamientos, decimos que alguien tiene buena estrella cuando todo le sale bien, todos queremos tener una en el paseo de las ídem en Hollywood, deseamos que nuestro equipo alguna vez gane un campeonato para poder llevar una estrella en la sudada camiseta, llevar con honor alguna condecoración con forma de estrella por un acto de valor, queremos ser exitosos y no unas estrellas fugaces, no queremos ser eclipsados en nuestra labor y finalmente que nuestros sueños no resulten estrellados (aunque esto último no tenga que ver con la astronomía).
Si consideramos existe cientos de miles de millones de galaxias, que en la que vivimos hay unas 200 a 400 mil millones de estrellas, que podemos observar desde un mismo punto unas 2000 estrellas5; podríamos reflexionar si no es hora de volver a disfrutar del mayor espectáculo del mundo que nos espera allá afuera. Tal vez así podamos calibrarnos y vernos tal como somos en realidad (y de paso dejar de tirar voladores al cielo porque realmente no hacen diferencia alguna…y molestan bastante).
1. Star in the East, Fantasy and Sciencie Fiction, Diciembre 1974
2. Los porqués de la historia 3. Stéphane Bern. Editorial El Ateneo. 2017
3. Grandes ideas de la ciencia. Historia de la ciencia. Alianza Editorial. 1996
4. Forjadores de la ciencia. Diccionarios Rioduero. 1979.
5. 100 analogías científicas. Joel Levy. Librero. 2012.
Mario Víctor Vázquez es investigador, docente y divulgador científico. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia. Doctor en Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Director del programa radial El Laboratorio y creador del Colectivo Quími Komedia.
Las ilustraciones son de Alejandra Monsalve.