Por Ángela Posada-Swafford
Por primera vez en la historia de la NASA se usaron dos aviones bombarderos de grandes alturas para estudiar un eclipse total de sol.
Además de ser un espectáculo esotérico e inspirador, un eclipse solar, como el que se vio en Estados Unidos el 21 de agosto pasado, es literalmente un regalo del cielo para hacer ciencia. Una de las preguntas más calientes de la astronomía solar es por qué existe semejante diferencia de temperatura entre la superficie del sol, 5,500 grados Celcius, y el halo rebelde de la corona, que hierve a 1 millón de grados Celcius.
La corona puede pensarse como la atmósfera del sol. Está hecha de gases tenues y normalmente está escondida bajo el resplandor de la estrella. Por eso los expertos aun no saben cómo es la estructura de esa corona, de qué están hechas sus capas, cuántas tiene y qué pasa dentro de cada una.
Durante un eclipse es posible ver ese velo blanco-perlado hipercaliente y el proceso por medio del cual el sol dispara una corriente constante de material y radiación que es la causante de cambios en la naturaleza del espacio y que puede afectar a las naves espaciales, a los astronautas y a los sistemas de comunicaciones.
Justo debajo de la corona solar hay una delgada capa de la atmósfera solar llamada cromosfera, porque se ve de colores. Si la corona es difícil de ver, la cromosfera es como atrapar a un espíritu. Sólo es visible durante un eclipse total, y solo con los telescopios más sofisticados.
Durante el eclipse de 2017, la NASA usó varias herramientas tanto en el espacio como dentro de la atmósfera terrestre para capturar miles de imágenes que en los meses venideros aportarán al conocimiento de nuestra elusiva estrella. Tal vez una de las plataformas más dramáticas fueron los dos jets de grandes alturas B-57. Volando a 50,000 pies por encima de las nubes dos de estos bombarderos lograron enfocar sus cámaras casi directamente hacia el cénit para reducir al mínimo la distorsión y permitir a la avanzada óptica a bordo grabar los detalles más finos de la estructura de la corona.
“Con los dos B-57 logramos obtener lo mejor de todo”, dijo Amir Caspi, un astrofísico solar del Southwest Research Institute en Boulder, Colorado que dirigió para la NASA esta misión de observación. “Logramos imágenes de mejor calidad y resolución, obtuvimos más tiempo de observación porque los aviones básicamente persiguieron a la luna”.
Aunque habría querido hacerlo, Caspi no viajó a bordo de los B-57 porque, incluso el pasajero (son aviones de dos plazas) requiere entrenamiento especial. Los aviones volaron a 750 km por hora persiguiendo la sombra de la luna a medida que esta barría a Estados Unidos de lado a lado.
Ángela Posada-Swafford es una periodista científica y escritora colombiana radicada en Estados Unidos. Ganadora de reconocimientos como el Premio Simón Bolívar de periodismo.