por Mario Murcia
Uno de los grupos biológicos que más suscita fascinación y con el que más nos hemos relacionado culturalmente es el de las aves. Alrededor de ellas hemos construido mitos y leyendas espectaculares como las del ave Fénix que poseía el poder de morir y revivir de las cenizas. La Cigüeña, que era la comisionada para traer los bebés recién nacidos. La lechuza (diferente de los búhos), que para las culturas aztecas e incas simbolizaba “la casa de la noche” y que tenía el don de la adivinación o clarividencia debido a su paciencia vigilante en las noches, con su contraparte que es el águila, que representa “la casa del día” y que se asocia no solo en las culturas americanas, sino en muchas otras occidentales, con el ave real por excelencia, símbolo de fuerza, victoria, disciplina. De paso, todo esto también nos explica por qué es común ver plumas de aves en las vestimentas y coronas de los jefes curacas, chamanes o caciques de diferentes culturas indígenas: tenían un valor sagrado.
La gran pregunta alrededor de todo esto es: ¿por qué este grupo animal nos llama tanto la atención y nos hace volar la imaginación? ¿Qué hace que nos sintamos tan identificados con estos seres emplumados? Es más, acercándonos a la realidad del mercado, ¿qué hace del aviturismo (avistamiento de aves), una industria millonaria y con miles de seguidores alrededor del mundo? La realidad es que no hay una sola explicación que pueda responder a estas preguntas y revelar dicha atracción.
En mi opinión, en las aves concentramos nuestro anhelo de volar, el simbolismo de la libertad (“libre como un pájaro”) y de la tan ansiada paz y su famosa paloma. ¿Quién de nosotros no ha soñado, dormido o despierto, con zafarse de todas las restricciones, frustraciones y problemas que tiene en su vida diaria y salir a volar hacia donde su corazón y el viento lo lleve, al mejor estilo de un ave migratoria o de Juan Salvador Gaviota?
Las razones que exhiben los profesionales estudiosos de las aves u ornitólogos y los observadores especialistas son que las aves son seres al mismo tiempo accesibles e inaccesibles, ya que las puedes observar, pero no son fáciles de capturar o alcanzar, se esconden a ciertas horas del día y en diferentes franjas del bosque, poseen una sinfonía de cantos agradables al oído, una gran gama de colores llamativos y otros que las camuflan con su entorno. Pero una de las cosas que más genera interés por parte de los expertos, son las adaptaciones de estas especies a su entorno y por lo tanto sus increíbles comportamientos de cortejo sexual, en los cuales, curiosamente, nos parecemos mucho los seres humanos. Entendamos cómo funciona esto. El proceso de cortejo sexual tanto en las aves como en los seres humanos está mediado principalmente por los niveles hormonales y las señales visuales y auditivas. Para las personas se suma el aspecto cultural.
Las diferencias entre sexos (dimorfismo sexual) se evidencia en las aves comúnmente en el color. Los machos son los que poseen los colores más vistosos y atractivos, mientras que las hembras tienden a ser de colores opacos y que pasan desapercibidos. En los seres humanos el dimorfismo sexual es muy evidente, además, usamos otras tácticas para hacernos visibles, que son de tipo cultural y que se acentúan un poco más en las mujeres: las variadas formas de vestir, los peinados extravagantes, los cambios de color de cabello, el uso de joyas, el maquillaje, el agrandamiento de labios, bustos y traseros. En los hombres la vanidad también es un factor determinante, pero el poder de la atracción se centra en señales visuales de grandeza y en cómo ésta se demuestra con posesiones materiales como el dinero, un carro, una casa, un puesto prominente, o simplemente una muy buena labia.
Desglosemos cada aspecto, comenzando por los niveles hormonales. En las aves, como en otros animales, existen ciclos de reproducción regulados hormonalmente, que inician con el cortejo, pasan al apareamiento, luego nacen los descendientes e incluyen en algunos casos el cuidado parental. Hasta que el ciclo vuelve y se repite. En los seres humanos el control hormonal no es tan cíclico, ni tan estable, es más, parecemos actuar al azar y buscar cortejar, reproducirnos y traer niños al mundo sin un ciclo aparente de control, en este sentido, estamos más cerca al caos hormonal. Parafraseando a Richard Dawkins, el célebre genetista y estudioso del comportamiento animal y humano (etólogo), podríamos decir que “todos los animales y el ser humano, son máquinas de sobrevivir, un vehículo autómata programado a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas como genes”.
Las señales visuales y auditivas son las más interesantes de todas, porque para el caso de las aves, encontramos tremendas artistas del baile, del canto y de la construcción de escenarios para el cortejo. Las más afamadas en este campo son las aves del paraíso de las islas de Papúa Nueva Guinea, que realizan cantos y bailes complejos para atraer a las hembras, entre ellas se destaca el ave llamada “soberbia” (Lophorina superba) por su imponencia en el cortejo. Esta ave limpia cuidadosamente la pista de baile del cortejo, luego llama de forma ruidosa a la hembra y cuando esta llega, transforma su cuerpo en un óvalo con unas plumas azul-verde iridiscentes que pareciera que forman una cara feliz en un fondo negro. A continuación se pone a danzar en círculos frenéticos alrededor de la hembra al mejor estilo reggaetonero. Al final, la hembra ignora de 15 a 20 pretendientes potenciales antes de decidirse con cual aparearse. En los seres humanos también vemos machos cabríos que se sienten soberbios conquistadores y hacen gala de vestimentas de todo tipo y de todos los colores y que bailan desde salsa hasta rock meneando la melena mediados por las subculturas a las que pertenecen. En materia de canto, los machos humanos no somos tan talentosos como las aves, asi que, como sustituto, engrosamos el tono de la voz e iniciamos una buena parla, echar carreta es lo nuestro.
Ave del paraiso "Soberbia" Lophorina superba
Una de las estrategias más divertidas de observar son los leks (arenas) de cortejo, es decir, el momento en que los machos se reúnen todos en un lugar para cortejar a la hembra compitiendo entre ellos, usando las mismas estrategias anteriores, para que esta elija al mejor. Cualquier parecido con una discoteca, bar o fiesta mundana, es pura casualidad. De hecho, en Colombia contamos con una especie que se llama “saltarín cabecirrojo” (Ceratopipra mentalis) que se aparea en estos leks haciendo gala de un baile en el que se deslizan los pies hacia atrás sin despegarlos del suelo, el mismo que popularizó Michael Jackson y que llaman el moonwalk.
Saltarín cabecirrojo” (Ceratopipra mentalis)
Finalmente, otras estrategias que usan los machos, son construir enramadas para el cortejo, fabricar nidos y dar regalos, cosas en las que siguen asemejándose a los seres humanos. Toda esta selección la hacen las aves hembra porque necesitan saber que van a invertir bien su energía en reproducirse con un macho con buenos genes y con gran capacidad y disposición para el cuidado de su progenie (cuando es el caso). Así es que entre más trabaje el macho, estará mostrando que está más capacitado para la reproducción. Debido a esto, en el cortejo está la clave para la sobrevivencia de las especies de aves y muchas de las especies animales (hay sus excepciones), incluyendo, como no, los seres humanos.
Sin embargo, la sobrevivencia de las aves está amenazada. El más reciente Informe de Evaluación Global sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos liderado por la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos –IPBES por sus siglas en inglés–, a la cual están adscritos más de 130 países, muestra que hay un millón de especies en peligro de extinción en todo el planeta, donde las aves representan el 23%, producto de los cambios en su distribución que han resultado de la pérdida de su hábitat y el cambio climático. Si tenemos en cuenta que en Colombia hay 1.909 especies de aves que representan casi el 20% del total mundial, y que en toda Suramérica solo existen 2 casos de extinciones de especies, siendo una de estas el pato zambullidor cira (Podiceps andinus) que habitó en Cundinamarca y Boyacá hasta 1977; tenemos mucho de qué preocuparnos. Más aún, con el potencial de aviturismo que tiene nuestro país, que se constituye en toda una oportunidad de desarrollo sostenible para las comunidades rurales y que contrasta en todas sus dimensiones con las altas tasas de deforestación y degradación de los ecosistemas por la ganadería extensiva y la minería ilegal. Valorar las aves es valorar la biodiversidad, y ocuparnos de cuidar a todas las especies es ocuparnos de cuidar la vida sobre nuestro planeta. Quizás, si entendemos la mística y promovemos nuestra conexión con las aves, si dejamos que nos sigan inspirando, si nos vemos reflejados en ellas con nuestros deseos de libertad y paz y hasta con nuestros curiosos actos de cortejo, podríamos tener una mejor disposición para reflexionar frente a las amenazas que acechan a estas y a otras especies en el planeta.
Mario Murcia es biólogo y Mágister en Gerencia y Prácticas del Desarrollo. Es investigador en Sistemas Socioecológicos y Desarrollo Sotenible. Mario se aferra a su gran pasíón: la fotografía biocultural. Además, se desempeña como Líder del programa ColombiaBio de Colciencias. @mario.biocultural.pics
Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo de saberes para construir un mejor país.