por Andrés Carvajal
El amor, sea lo que sea que eso signifique tiene un enemigo silencioso en nuestra sociedad. No estoy hablando de su enemigo natural, el odio que surge de la violencia, la desigualdad social o la corrupción, nuestras desgracias más patentes. Sino de una fuerza más sutil, que supuestamente está ahí para organizarnos, servirnos y hacernos bien: la burocracia. Trataré de explicarlo desde una aproximación científica.
Para hablar de amor desde la ciencia hay que mencionar a la oxitocina. Esta hormona pone a nadar en una lúbrica nube de algodón a hombres y mujeres durante el sexo. Surge a montones durante el parto y la lactancia y participa en el vínculo arrebatador entre madre e hijo. Este neuropéptido favorece los mecanismos psicológicos que forman las relaciones interpersonales estrechas, en las que hay mutua confianza, y por eso es alias “la hormona del amor”.
Luego los endocrinólogos y neurocientíficos han venido descubriendo que la oxitocina no solo es producida en todo el centro del cerebro por los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo y liberada en la sangre a través de la glándula pituitaria en esos momentos vitales sudorosos, supertiernos y cruciales, sino también en el instante en que se brinda con un amigo, cuando en el restaurante de la esquina te cambian el arroz por más papa o compartiendo un chisme idiota con un compañero de trabajo: en resumen, en cada pequeñito y esquivo momento de conexión y confianza que sentimos con algunos de los seres con los que interactuamos en el día. Cuando un cerebro conectado con otro libera oxitocina, propicia que se libere oxitocina en el otro cerebro, en una especie de perreo mental químico. Y entonces uno se siente bien, como si el mundo tuviera sentido.
Hasta que aparece la burocracia colombiana, muy eficiente para eliminar cualquier atisbo de sentido. Amarga el brindis con el amigo con sus firmas y huellas presenciales y en papel porque aun en el siglo XXI no le cree a la firma digital. La doble ración de papa en el almuerzo termina cayendo pesada con sus informes de gestión como requisitos para el cobro porque no confía en que el agobiado cuentacobrista está entregando el trabajo que está entregando. Anula para siempre la diversión del chisme idiota exigiendo fotocopias de la cédula al 150%, porque duda de que nosotros seamos 100% nosotros... Como si no fuera suficiente cargar a diario con el peso de ser nosotros mismos, ni llevar además a todos lados una cédula de ciudadanía que lo certifica, que tiene foto, fecha de nacimiento, grupo sanguíneo, código de barras y hasta un holograma. Y por si aún nos queda un poquito de oxitocina en la sangre, está el registro obligatorio de computadores portátiles en las porterías, que jamás ha evitado el robo de ningún portátil. Y sí después de todo esto hay algo de sentido que se resiste a desaparecer de nuestra vida, ¡hay más! Están los certificados de antecedentes penales, de antecedentes disciplinarios y un formulario de tortura lenta en línea tipo Internet Explorer llamado SIGEP, donde hay que subir todos los soportes de la hoja de vida porque la burocracia asume que cada vez que aspiramos a un trabajo con el Estado es porque nos antojamos de cometer algún delito.
Volviendo al amor y lo que sea que eso signifique, Barbara Fredrickson, profesora de sicología de la Universidad de Carolina del Norte y que ha investigado durante más de veinte años las emociones humanas, tiene una definición científica, rigurosa, y bella: el amor es abrir las puertas de la percepción, a lo Aldox Huxley, pero sin necesidad de drogas psicodélicas sino a través de la cascada de sensaciones positivas que se producen cuando uno logra conectarse con otros humanos. Aunque fugaces, estos momentos de placentera conexión con los demás son trascendentales porque logran pequeñas oleadas de sentido y producen destellos de claridad mental. El amor es una fuerza poderosa de crecimiento en la vida y junto a ella, en esta esquina, señores y señoras, está la confianza.
Y en la otra esquina está la burocracia colombiana, que sigue invicta en su propósito de ponerle siempre la carga de la prueba al ciudadano, quien debe demostrar de antemano su inocencia todos los días para poder salir de la casa y termina desconfiando de todos, hasta de sí mismo. Un sistema de la desconfianza, diseñado para evitar que las personas se conecten entre sí y secreten oxitocina. La burocracia como aparato de la desconfianza destruye el amor según lo entiende Fredrickson, en su bella y efímera brevedad cotidiana que al tiempo tiene efectos duraderos en el ser humano. “Así como tu cuerpo está diseñado para obtener oxígeno de la atmósfera de la Tierra y nutrientes de los alimentos que ingieres, tu cuerpo fue diseñado para amar”, dice Fredrickson en “Love 2.0” (2013), su libro más reciente y añade: “Diciendo esto no solo me estoy tomando una licencia poética, también me baso en la ciencia: una nueva ciencia que ilumina por primera vez cómo el amor, y su ausencia, altera fundamentalmente las sustancia bioquímicas presentes en el cuerpo […] Ahora sabemos que una dieta constante de amor, de estos micromomentos de conexión positiva, influye en cómo las personas crecen y cambian, haciéndolas más saludables y resistentes”.
Si la conexión y la confianza está asociada con la oxitocina, el recelo y la desconfianza bien podrían asociarse al cortisol, sustancia que se produce también en el hipotálamo, pero en las situaciones de estrés. El cortisol es pertinente en momentos puntuales en los que el cuerpo requiere más energía porque aumenta los niveles de glucosa en la sangre. Por ejemplo, cuando se hace ejercicio. Al despertarnos en la mañana, después de un largo ayuno, suelen subir naturalmente los niveles de cortisol para ayudarnos a levantar de la cama (y yo no sé quién se ha llevado mí cortisol porque esto siempre me cuesta mucho). Pero niveles altos de cortisol, alias “la hormona del estrés”, presentes de manera crónica en el organismo, pueden significar que hay una condición que está demandando energía constante, como trauma, ansiedad, depresión (o burocracia), y si estos niveles se mantienen elevados, con el tiempo pueden producir secuelas fisiológicas como incremento de la presión arterial, diabetes, aterosclerosis, supresión inmunológica, osteoporosis.
Además de Fredrickson, otros científicos en varias partes del mundo han estudiado la relación entre oxitocina y la confianza y sus efectos benéficos en grupos humanos. En nuestro contexto de país latinoamericano agobiado sin remedio por los trámites, hace falta que orientemos la ciencia para que se ocupe de nuestras particularidades. Sería bueno entender con más detalle cuál es el costo, en términos de crecimiento personal, salud y bienestar, de que nos mantengamos en condición de burocracia, de esa burocracia nuestra, celosa de la oxitocina y que impone la desconfianza en toda una sociedad. Necesitamos la mejor ayuda posible para atajar la imparable racha triunfante de la burocracia contra el amor.
Andrés Carvajal. Escritor. Creador de contenidos audiovisuales. Ha escrito sátiras para diversos medios y formatos. Columnista y líder editorial en Todo es Ciencia. Hace parte de Guoqui Toqui, un laboratorio de contenidos audiovisuales. Gurú que enseña a hacer casi tan feliz como los políticos en el canal de YouTube Aprende con Muchotropico.
Las ilustraciones las hizo para Todo es Ciencia Santiago Rivas ( @Rivas_Santiago).
Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo de saberes para construir un mejor país.