por Andrés Carvajal
Para estar a la moda hay que fruncir el ceño y decir: “no polaricemos”, que la polarización política se ha vuelto uno de los problemas más graves de la sociedad. Y la culpa de la polarización, para ser todavía más trendy, hay que echársela a las sospechosas de siempre: las redes sociales. Pero, con el perdón de los fashionistas del análisis político: ¿La polarización es intrínsecamente tan mala? ¿Podríamos considerar alguna otra explicación para la polarización más allá de las redes sociales? ¿Qué pasa si buscamos alguna pista en la ciencia?
Una de las cosas más preocupantes de la polarización es que la manera de insultarse entre los dos extremos políticos ha perdido mucha creatividad. En Colombia, es tradición política estar echándose la madre con nombre propio, como decía Jaime Garzón: “samperista, gavirista, su madre, la suya...” O más actual: santista, uribista, su madre, la suya... Además, a los de un lado se les ha dicho toda la vida “fachos” y a los del otro “mamertos”. Estos insultos clásicos seguirán sonando bien siempre, como un concierto de Bach, como una sinfonía de Beethoven. Pero el arte contemporáneo del insulto polarizador es sonso y tan repetitivo que tanto los de un lado como los del otro han terminado por decirse las mismas cosas: el opuesto es un bruto, bobo, estúpido, no tiene neuronas, no piensa. Tomemos esto como una pista científica y miremos entonces qué pasa dentro de las cabezas de ambos bandos.
Existen dos estudios que han explorado cerebros pertenecientes a dos extremos políticos clásicos. Uno fue publicado en 2007 en la revista Nature Neuroscience y evalúa, mediante encefalogramas, hipótesis de psicólogos y científicos políticos que asocian los distintos estilos cognitivos de los más conservadores y los más liberales (o progresistas) a diferencias en el funcionamiento neurocognitivo general. En el estudio participaron 43 individuos (63% de sexo femenino) que reportaron de manera confidencial sus actitudes políticas en una escala que va de +5 (“extremadamente conservador”) a –5 (“extremadamente liberal”).
El otro estudio, hecho en 2011 por la University College de Londres, se basó en 90 adultos “jóvenes saludables” que calificaron su propia tendencia política en una escala similar que iba de “muy liberal” a “muy conservador”. Este estudio usa la resonancia magnética estructural, una técnica avanzada que permite mirar con muy buena resolución cada una de las estructuras del cerebro, incluso las más profundas, sin abrir el cráneo. Su objetivo: mirar si la correlación entre función cerebral y actitudes políticas además está relacionada con diferencias físicas en las estructuras cerebrales.
Aquí los conceptos de conservador y liberal no tienen nada que ver con el nombre de los dos partidos tradicionales colombianos, que no han sido mucho más que dos colores usados para darse bala primero y luego, como compinches, para repartirse el botín de la burocracia estatal. En el contexto de los estudios se entiende por “conservadores” a aquellos con tendencia a resistirse al cambio, defender el statu quo, valerse más de la autoridad, la jerarquía y la tradición. Los “liberales” o “progresistas” son los más propensos a promover el cambio social y atacar lo establecido, pluralistas, flexibles, más cómodos con la ambigüedad. Los estudios no hablan de gente de derechas y de izquierdas, pero suena mucho a eso. Los autodenominados “de centro” no fueron tenidos en cuenta en los estudios, quizás estaban ocupados tratando de demostrar su propia existencia o en qué fracción de segundo un huevo tibio deja de ser tibio.
Los datos de ambos estudios son consistentes con la idea de que los cerebros de los conservadores y progresistas son distintos. El de 2007 muestra que el progresivismo está asociado a una mayor actividad de la corteza cingulada anterior del cerebro, vecina de la amígdala, a la vuelta de la esquina de la corteza prefrontal y parietal. La corteza cingulada anterior es la parte que se encarga de procesar información compleja. Por ejemplo, responde en situaciones en las que lo que se razona no coincide con la emoción que se siente. Esto apunta a que el cerebro progresista tiene mayor sensibilidad neurocognitiva para resolver situaciones en las que el conflicto es mayor y la complejidad más exigente.
El estudio de 2011 muestra que además hay diferencias físicas entre los cerebros. El de los progresistas tiene mayor volumen de materia gris en la corteza cingulada anterior y el de los conservadores tiene la amígdala derecha más grande (sí, ¡la derecha!). La amígdala se encarga de emociones como la ira y el miedo, así que los conservadores podrían tener una mayor percepción de amenaza que los progresistas ante situaciones similares. Recuerdo que el documentalista Michael Moore tiene la tesis de que muchas de las posturas de los conservadores republicanos tiene que ver con el miedo, un miedo que a veces no se sabe a qué es y otras veces está claro que es a quienes no son como ellos: negros, asiáticos, latinos o extraterrestres.
No importa qué cerebro nos parezca más inteligente o bruto según lo anterior. A mí, por ejemplo, me parece más bruto el cerebro conservador por su menor capacidad de procesar la ambigüedad y las complejidades de la vida. Digo esto con mi sesgo a cuestas: cada día me vuelvo más mamerto y se me mete la idea resentida y absurda de que es mejor una sociedad más equitativa que la que tenemos ahora. Pero un cerebro simple como el conservador suele ser más eficiente cuando la velocidad de decisión es crucial, como en situaciones de vida o muerte, o cuando no hay suficiente información para tomar una decisión racional. La rapidez y simpleza tienen un costo en el proceso de la información: produce sesgos cognitivos.
Lo que importa es ampliar la perspectiva. Cuestionar nuestra supuesta autonomía cuando decidimos seguir cierta tendencia política. Analizar si la polarización, que puede ser inevitable y venir del mismo fondo de nuestros cráneos, es intrínsecamente tan mala o lo malo es la manera en la que convivimos con ella. Ver que un mejor entendimiento de la polarización política puede ser un camino para ser menos peores. Mejorar nuestros insultos. Por ejemplo, cuando me digan estúpido mamerto, les diré que así hablan los que tienen la corteza cingulada anterior pequeña, ¡amigdalones!
La moda de decir que no polaricemos tiene la misma utilidad práctica que decir que cambiemos de cerebro. Algo más útil sería hacer más productiva la polarización y buscar puntos de unión para hacerla más llevadera. Es difícil. Tal vez un punto de unión está en la amígdala y en el miedo que procesa. Progresistas y conservadores estamos en un universo aterrador con infinitas preguntas y dudas y pocas respuestas. Algún sentimiento de solidaridad podría encontrarse ahí. Todos sentimos miedo, solo que lo procesamos de manera distinta.
Andrés Carvajal ha escrito sátiras para diversos medios y formatos, como la ponencia White Elephants Come First (en la conferencia sobre derechos humanos y educación de Colombian Academics en City University of New York - 2016). Ganador de la convocatoria New Media 2017 (Proimágenes, MinTic y Canada Media Fund) con Aprende con Muchotrópico, formato audiovisual de sátira. Cocreador y editor de la serie documental infantil Emoticones, finalista en los festivales Prix Jeunesse International 2018 y FAN Chile 2018.
Ilustración de Saga Uno
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