por Mario Murcia
Esta columna arranca con un giro inesperado por un maravilloso acontecimiento el sábado 27 de julio de 2019, día histórico para Colombia, en el que el gran Egan Bernal, en la etapa 20 del Tour de Francia, asciende al primer lugar de la clasificación general y virtualmente, antes de que terminara la carrera, ya era el primer colombiano campeón en la historia del Tour. Ese día comenzó a circular por todas las redes sociales existentes una foto de la torre Eiffel con los colores de la bandera de Colombia, que varios famosos y algunos medios de comunicación publicaron como el gran homenaje de París frente al triunfo del colombiano. Luego se demostró que la imagen era falsa, lo que acto seguido hizo que los medios de comunicación retiraran la noticia que ya habían publicado. Nos enfrentamos como sociedad a una muy alegre y viral fake news, que en últimas no tiene trascendencia, porque frente al campeonato de Egan, francamente vale huevo si la imagen era o no verdadera. Sin embargo, como dice el refrán popular “el diablo está en los detalles” y como lo afirma don Hermes Pinzón, el papá de Betty la fea: “el diablo es puerco”. Esto me dio la entrada perfecta para todo lo que vamos a intentar analizar a continuación.
Una visión moderna de la ciencia es que nos enseña a construir consensos, no absolutismos, sobre cómo interpretar y entender la realidad, basados en cuestionamientos, argumentos y evidencias experimentales sólidas. Esta visión no autoritaria ha sido malinterpretada por muchos para los que su verdad es “la verdad” solo porque es su opinión y porque es compartida por algunos.
Es así como en la actualidad surge la corriente de los terraplanistas, un nuevo movimiento fuera del consenso y la comprobación científica, quienes inexplicablemente, después de tanto tiempo de vivir en la era del conocimiento, de ver cientos de evidencias claras, incluso simples fotografías desde el espacio que muestran que la Tierra es redonda, niegan rotundamente este postulado universal y declaran con total autocerteza que la “Tierra es plana”. Este movimiento tiene “sólidos” argumentos y hasta experimentos, que no se consideran para nada científicos, son más bien basados en su deseo de creer y querer convencer sobre algo. Aunque la mayoría de expertos no los validan, sí representan el pensamiento de un grupo creciente de rebeldes sin causa y al parecer sin sentido científico.
También están aquellos para los que el tal Cambio Climático Global no existe y contradicen el consenso mundial de expertos, todos los datos experimentales y acuerdos multilaterales simplemente por conveniencia económica, por llevar la contraria o porque les parece que tienen la razón. Para este tipo de ideas, siempre existirá quien siga la corriente, por más que la evidencia demuestre lo contrario. Esto me recuerda la frase de los chiflados Bonaparte de Chespirito, “–¿Sabías que la gente anda diciendo que tú y yo estamos locos?, no hagas caso Lucas, mira yo a esas cosas no les prestó atención, mejor les prestó dinero al 15 por ciento anual".
Hoy en día, gracias a las redes sociales, todos pueden opinar sobre cualquier cosa, lo que puede ser muy valioso para las discusiones que tejen sociedad, pero los argumentos con los que se está discutiendo en la mayoría de los casos son desesperadamente superficiales, sin sustento, ni evidencia científica, hasta el punto de que los insultos y las agresiones son el mejor medio para saldar estos intensos y fugaces debates.
Las empresas y el mercado no se escapan a esta tendencia de los argumentos embaucadores. Bajo el término “comprobado científicamente”, se venden toda clase de productos que prometen y garantizan esta vida y la otra, como el sonado caso del shampoo Head & Shoulders producido por Procter & Gamble, al que se le atribuían beneficios objetivos (“científicamente comprobados”) de proveer un pelo “100% libre de caspa de por vida” y otorgar “nutrición profunda”. Transmitían a los consumidores mensajes que no se comprobaron en los estudios científicos y técnicos remitidos a la Superintendencia de Industria y Comercio, por lo que fueron multados. Definitivamente, el diablo está en los detalles.
La sociedad moderna buscar llamarse “la sociedad del conocimiento” y esta misma nos invita a ser incluyentes con todas las formas de pensar y expresarse, algo en lo que estoy totalmente de acuerdo, pero me pregunto si en la construcción de la ciencia, de las aproximaciones hacia la verdad o el entendimiento, cabe tanta flexibilidad y ausencia de ética. No logro imaginarme a los mecánicos o pilotos de un avión deliberando sobre cómo reparar o pilotear el avión en el que usted y yo vamos a volar, y llegando a conclusiones como que estas dos acciones son relativas, flexibles y no requieren de parámetros. Seguro a ese avión yo no me monto, por más que respete las opiniones de los demás. La objetividad y el rigor, aspectos que no solo están en la dimensión de lo racional, sino también de lo ético, son altamente necesarios en la construcción y aplicación de la ciencia para el avance de una sociedad innovadora, equitativa e incluyente.
La ciencia se equivoca todo el tiempo. Esa es la gracia, poder poner a prueba las ideas, controvertir los experimentos, romper paradigmas, traer el disenso hasta encontrar el consenso fundamentados en procesos analíticos y experimentales. Debemos recordar que todo va a estar mediado por un contexto social, cultural, religioso y hasta político, lo que siempre va a dificultar la objetividad. Precisamente eso es lo bueno de la ciencia, que a diferencia de otros sistemas de conocimiento (más ideológicos), es rebatible, busca revoluciones, admite herejes, aunque a veces no sea tan sencillo lograrlo. Las fake news, las malas “teorías científicas”, los mitos colectivos (como que el ceviche da potencia sexual) y hasta engañosas corrientes políticas, se dan y aceptan porque pocos cuestionan o refutan algo buscando argumentos robustos, se suele seguir lo que está más disponible y ya. A esto se le llama sesgo de disponibilidad, porque solo se dispone de una sola fuente de información. No se buscan otras adicionales (ojalá contrarias), lo que enseguida genera un segundo sesgo, y es el de anclaje, el cual nos lleva a seguir rápidamente y sin cuestionamientos esa primera información que recibimos, a creerla cierta y a amarrarnos a esta, como si no existiese nada más en el mundo. De nuevo, el diablo es puerco.
No se trata de que toda la sociedad deba ser científica, sino de que aproveche un poco más las premisas de la ciencia para a sí misma, para entenderse, probarse, experimentarse, disentir y llegar a consensos en sus nuevos constructos sociales. La manera en que funciona la ciencia puede ayudar a la sociedad a reflexionar acerca de las ideologías que seguimos, sobre las cuales muchos cimentan sus valores. Incluso puede ayudar a tomar decisiones sobre qué productos “científicamente comprobados” vamos a comprar, y hasta para decidir por por quién (o por quién nunca) votar. No es buscar las conclusiones para autovalidarse, es hacerse las preguntas correctas que nos permitan seguir la senda adecuada hacia el cumplimiento de las metas soñadas, a la vez que intentamos un entendimiento profundo de nosotros mismos y de cómo podemos aportar a construir una mejor humanidad en un planeta finito.
Mario Murcia es biólogo y Mágister en Gerencia y Prácticas del Desarrollo. Es investigador en Sistemas Socioecológicos y Desarrollo Sotenible. Mario se aferra a su gran pasíón: la fotografía biocultural. Además, se desempeña como Líder del programa ColombiaBio de Colciencias. @mario.biocultural.pics
Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo de saberes para construir un mejor país.