Texto y fotos: Ángela Posada-Swafford
Estoy sentada en un café internet en Ushuaia, Argentina, ciudad que se hace llamar a sí misma el Fin del Mundo. No lo es, pero casi. Bordeada de glaciares, montañas y el simbólico Canal del Beagle, por donde transitó el mismísimo Darwin, es una de dos puertas que comunican a Latinoamérica, y al mundo, con la Antártida.
Si desde el puerto de Punta Arenas, en la vecina Chile, se lanzan tradicionalmente las expediciones científicas hacia el Continente Blanco, es Ushuaia la que domina el mercado del turismo antártico. ¡Y de qué forma! Los números crecen, especialmente entre los viajeros chinos. Es como si la nación entera reclamara su lugar en el hielo.
Es imposible detener la oleada de turismo de cualquier nacionalidad. Quise venir a investigar este fenómeno. Y aunque sí es preocupante, al mismo tiempo pude ser testigo del respeto y la distancia con que las empresas operadoras de turismo manejan las visitas a tierra. No se permite más de un buque al día en las bahías, y para ver las colonias de pingüinos o focas restringen una distancia de varios metros. Dicho todo eso, es claro que el turismo antártico tendrá un impacto. Es cuestión de mantenerlo tan bien regulado como está, y cruzar los dedos.
En general, los turistas latinoamericanos escasean y los colombianos no se ven. Como ciudadanos, aún no acabamos de orientar nuestra mirada hacia las regiones australes, porque las vemos en la bruma de la lejanía.
En contraste, nuestro propio Programa Antártico Colombiano está trabajando con una solidez digna de mención, y es de esperar que pasaremos pronto a ser miembros consultivos del Tratado Antártico (es decir, con voz y voto). He tenido el privilegio de ser muy cercana a su nacimiento, filosofía y expediciones. Y he visto el profesionalismo con que tanto la Armada como la Comisión Colombiana del Océano organizan semejante logística tan salvaje que representa llevar a cabo una expedición de estas. Cada vez se vuelven más adeptos en ello; tanto, que para esta cuarta expedición, que zarpó de Cartagena el 5 de diciembre de 2017 y comenzará sus actividades en enero de 2018, el tiempo de preparación apenas si fue de dos meses.
Me enorgullece ver a miembros de otros programas antárticos descubrir con asombro la clase de trabajo hidrográfico, oceanográfico y de diplomacia que hacemos los colombianos, para no mencionar los valientes esfuerzos en biología, microbiología geología y varias otras disciplinas en las que participan docenas de instituciones. Y me fascina la forma en que nos han acogido las demás naciones que tienen bases aquí, desde Ecuador y Perú, hasta Chile, Argentina y Estados Unidos, entre otras.
Ahora bien, ¿hay razones para que un país tropical como Colombia deba hacer presencia en la Antártida? Varias e importantes: aquí se controla el clima a escala global. Y prácticamente todo lo que sucede en sus gélidos dominios tiene una profunda influencia en la vida –y la billetera– de las regiones tropicales. El deshielo de las aguas polares, los cambios en salinidad de las corrientes oceánicas que nacen en latitudes australes, y la circulación de las masas de aire que se ciernen sobre Suramérica, conectan de forma directa y medible las cosechas de las regiones andinas, la pesquería de nuestra costa pacífica y los patrones de lluvias y sequías sobre nuestros cielos.
En otras palabras, la Antártida podrá estar geográficamente lejos de los trópicos, pero ambiental, científica y geopolíticamente, está a la vuelta de la esquina.
Y puesto que la Península Antártica es el lugar del planeta que más rápidamente se está calentando (tanto el agua como el aire), es el punto cero para estudios de cambio climático. Sus delicados y simples microorganismos están siendo afectados radicalmente y son la mejor escuela para aprender a lidiar con lo que se nos viene inevitablemente encima. Son el “canario en la mina”, y esa es una de las razones por las cuales hay tantas estaciones de investigaciones en la Península.
Bioprospección en el Programa Antártico Colombiano
La otra razón es una palabra que suena más rebuscada de lo que es: la bioprospección. Puesto que los polos son los únicos puntos del globo libres de alteraciones humanas, los microorganismos extremófilos que habitan en esas regiones son perfectos para investigaciones de biotecnología y aplicaciones comerciales. Por ejemplo, Chile ya tiene patentes para un compuesto anticancerígeno aislado de los pastos antárticos y para el crecimiento de piel artificial a partir de un crustáceo de esos mares, entre otras.
Por ahora la única forma de exploración permitida en este continente es científica, ya que el Tratado Antártico y su Protocolo de Protección Ambiental prohíben cualquier actividad de explotación minera o bélica (como detonaciones nucleares, entierros de material radiactivo o despliegues militares). Pero este tratado expira en 2048 y la moratoria quedará sometida a revisión.
En este momento hay 50 naciones acogidas al Tratado Antártico (Colombia se unió en 1989). De esas, 28 pueden participar en el proceso de toma de decisiones sobre la suerte del continente, porque son las que tienen programas más sólidos de investigaciones científicas. Entonces, cada vez más naciones quieren tener algo de voz en las decisiones internacionales sobre lo que pasa en este lugar. Y cada vez más gobiernos destinan fondos para programas antárticos, incluyendo los de varios países en desarrollo.
Que un país tropical como Colombia decida trabajar en la Antártida tiene otras razones válidas. No solo es algo científico y geopolítico, sino que es un gesto simbólico de paz y esperanza. Quizás si los colombianos comenzamos a venir aquí como turistas responsables, podamos finalmente conectar nuestros dos mundos, el tropical y el polar, entendiendo cuánto nos da este continente, y cuánto nos ayuda su universidad del frío a entender nuestros calores abrasadores.
Conoce aquí la nueva Agenda Científica Antártica de Colombia y las 6 preguntas principales que la ciencia tiene para hacerle a la Antártida.
Ángela Posada-Swafford es una periodista científica y escritora colombiana radicada en Estados Unidos. Ganadora de reconocimientos como el Premio Simón Bolívar de periodismo.
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