La ciencia nos dio las respuestas que buscábamos sobre el virus. Pero ese conocimiento requirió el trabajo de miles de personas en clínicas, laboratorios y calles.
Por Vanessa Restrepo
¿Dónde estabas hace más de un año, cuando el gobierno anunció el cierre de colegios y aeropuertos por un virus nuevo y peligroso? Adelina Acevedo cierra los ojos y recuerda que ese día estaba en su taller de joyería artesanal cerca de Mompox, donde terminó llorando porque estaría dos semanas sola. Si hubiera sabido que el confinamiento duraría más de cuatro meses habría entrado en pánico, confiesa hoy.
Marylin Hidalgo, bacterióloga y doctora en Ciencias, estaba menos alarmada porque entendía más sobre los potenciales riesgos del virus. Gracias a su trabajo en el Instituto Nacional de Salud (INS) había estado frente a dos alertas epidemiológicas: el ántrax que aterrorizó a Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la pandemia por H1N1 (gripe porcina), entre 2009 y 2010.
A pesar de las diferencias en conocimientos, ambas usan la palabra sorpresa para describir lo que significó la llegada del COVID-19. Y es que fue por cuenta del virus que Adelina supo de la doctora Hidalgo y su trabajo. ¿Qué te puedo decir? Para mí los científicos eran extranjeros de gafas a los que nadie les entiende. Cuando la vi a ella en una entrevista me quedé impresionada. Es una mujer como yo, pero seguramente más inteligente, dice, mientras reconoce la sorpresa que le causó entender que había un mundo más allá de las series que acostumbraba ver.
Estar en los medios fue el cambio más extraño para los profesionales de las ciencias cuando se declaró la pandemia. Durante seis meses los científicos nos convertimos en personas más importantes que los futbolistas, cuenta entre risas Jaime Castellanos, director del Instituto de Virología de la Universidad El Bosque. Su estándar de medición es la aparición en medios de comunicación: él, por ejemplo, hablaba con la prensa una o dos veces al año sobre temas como el zika y el dengue. Pero desde la llegada del COVID-19 las entrevistas se dispararon y ya pasaron las 300.
Pero el asunto no se redujo a aparecer en radio y televisión. El trabajo de investigación se disparó porque los científicos de todo el mundo y todas las disciplinas se concentraron en entender el virus, hacer pruebas para controlarlo y frenar los contagios.
Las publicaciones científicas dan fe de la maratón: el 30 de enero de 2020, cuando no había ningún contagio en América Latina, apenas había dos artículos en revistas científicas hablando del coronavirus en la región. A finales de marzo, cuando llegaron los primeros casos y se decretó la cuarentena, ya teníamos 46 publicaciones.
Tres meses más tarde, el 15 de julio, los registros mostraban 2.774 investigaciones publicadas en Iberoamérica, de acuerdo con el Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (OCTS). Eso quiere decir que pasamos de pocas investigaciones por semana a más de 30 cada día en una región que apenas representa el 2,8 % de la inversión mundial en ciencia y tecnología. El panorama no fue muy distinto en el mundo. La base de datos PubMed, la más importante para publicaciones científicas, registró en el último año y medio 178.905 artículos hablando del nuevo coronavirus. Eso es una cuarta parte de lo que se ha publicado sobre el VIH, un virus que lleva más de 30 años en investigación.
Producir tanto conocimiento en tan poco tiempo requirió esfuerzos humanos y económicos. El doctor Castellanos habla de largas horas de trabajo, de llamadas de angustia de los familiares que le pedían tener cuidado para no enfermarse y de “vacas” de grupos de científicos para comprar café, galletas y comida para otros colegas en laboratorios y clínicas.
Las jornadas de trabajo pasaron de 10 a 20 horas y el agotamiento se empezó a ver a final de año. La virtualidad nos extendió las jornadas de trabajo porque ya se programaban reuniones hasta más tarde y ni hablar de las mujeres que tenían doble jornada por la carga de cuidados y responsabilidades en el hogar, agrega Rolando Enrique Peñaloza, director del Instituto de Salud Pública de la Universidad Javeriana.
Los que no se pudieron quedar en casa
Mientras la mayoría del país estaba confinado en sus casas, los científicos corrían a contrarreloj. A las investigaciones en el laboratorio y la atención de pacientes en las clínicas se le sumaron consejos asesores con los gobernantes, espacio para la prensa, reuniones virtuales con colegas de todo el mundo y muchas horas de lectura para entender la información nueva que se producía en el mundo.
La pandemia nos tomó desprevenidos en lo social, pero la comunidad científica se movió rápido. Mucha gente de sectores que no eran tan conocidos como la biología molecular, la genómica y las ciencias farmacéuticas tomaron protagonismo y el trabajo de todos empezó a ser mucho más colaborativo, señala Rubén Manrique Hernández, director de Investigación e Innovación de la Universidad CES.
Según el OCTS, los científicos de Colombia y el mundo se concentraron en cuatro grandes frentes: el estudio del virus y la enfermedad, los efectos psicológicos del aislamiento, el tratamiento de los pacientes y la gestión de los sistemas de salud. Los resultados se empezaron a ver progresivamente.
Los doctores Hidalgo, Peñaloza, Castellanos y Manrique hicieron parte del grupo de investigadores que trabajó con universidades, autoridades de salud y hasta la empresa privada para habilitar laboratorios que pudieran procesar las muestras y decirnos cuántos contagios teníamos. También desarrollaron nuevos modelos de pruebas —una de ellas en proceso de patente— pues los reactivos para las pruebas se volvieron tan escasos como el papel higiénico en los supermercados.
La siguiente tarea fue la búsqueda de tratamientos para la enfermedad. En Colombia se desarrollaron ventiladores o respiradores mecánicos, cabinas de aislamiento para la intubación de pacientes, escudos faciales para el personal médico y se hicieron estudios sobre la efectividad de tratamientos como el plasma de convalecientes. Y más tarde vinieron las contribuciones para facilitar la vacunación y hasta la creación de un centro de investigación para producir vacunas, algo que no se hace en el país desde 1992.
Otra muestra de que la producción científica se aceleró fue que durante 2020 la Superintendencia de Industria y Comercio recibió 2.051 solicitudes de patentes, de las que más de 1.800 eran de invenciones (nuevas creaciones). Eso sí, la mayoría (1.551) fueron de personas no residentes en Colombia.
A tomar nota de las lecciones
Los medios de comunicación reportaron la mayoría de esos avances. Eso, según el doctor Castellanos, indica que los científicos salieron de los laboratorios y trataron de hablar en lenguaje más sencillo, dando respuesta a las mismas preguntas que se hacía la gente en la calle.
En eso coincide el doctor Manrique: una de las cosas que aprendimos es que somos muy buenos para investigar pero no tanto para contar lo que hacemos. De pronto nos faltó explicar mejor la importancia de la vacuna o contar por qué al principio creíamos que ciertos tratamientos funcionaban pero luego encontramos que no.
Lo que sigue entonces, agregan los investigadores consultados, es mantener esos canales de comunicación abiertos, que los medios de comunicación sigan hablando de ciencia pero no solo de la que se hace en Europa y Estados Unidos; que los científicos sigan contando en qué están trabajando y para qué nos sirve; y que haya recursos para seguir buscando soluciones a los problemas globales.
Y es que el trabajo científico no tiene fin, como tampoco lo tiene otros espacios desde los que se trabaja para que científicos y científicas puedan seguir investigando. El director de Capacidades y Divulgación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, Nelson Andrés Calderón Guzmán, habla de que las enseñanzas también se extienden a campos fundamentales como la administración pública, la gestión del conocimiento y el trabajo científico social: seguimos aprendiendo, en 2020 nos acomodamos y reinventamos; pero apenas estamos empezando a aprender realmente. En el 2021 seguimos en la coyuntura y es el año en el que más hemos entendido cómo proyectar todo el aprendizaje para el futuro. Todo esto es visible, por ejemplo, en las relaciones laborales y en la toma de decisiones en la administración pública.
Las relaciones de trabajo se transformaron en la ciencia, pero también en otros campos y esto tuvo sus consecuencias. Calderón señala que tuvimos (y muchos científicos también) que aprender a adaptarnos a medios digitales a los que no estábamos acostumbrados, cambiaron muchas cosas y esto influyó también en el desarrollo de las investigaciones; muchas ni siquiera pudieron continuar como estuvieron planteadas, se quedaron en el tintero.
Calderón coincide con los científicos Manrique y Castellanos al hablar de la importancia de la divulgación científica, según él la pandemia ayudó a que los temas de la ciencia se volvieran más populares y a que los científicos hablaran de forma más cercana, es decir, que pasaran de la explicación de los enunciados de la ciencia a fomentar la comprensión. Se esforzaron en que las personas comprendieran, por ejemplo, por qué los remedios caseros no pueden prometer salvar vidas, pero yendo más allá de los argumentos de las comunidades científicas.
Y ¿cuál ha sido la lección más contundente? fue una pregunta para el director Calderón: que podemos partir de un análisis sistémico de la ciencia, para que no primen unas perspectivas sobre otras y se pueda contribuir a que los tomadores de decisiones entiendan y apoyen los diferentes roles de los ecosistemas científicos. Comprender mejor las relaciones de la ciencia con sus actores ayuda a que la ciencia pase de los descubrimientos a transformar realidades y para esto se necesita gestión del conocimiento y que los tomadores de decisiones se basen en métodos científicos para liderar y ejecutar procesos.
Entonces, mientras usted respira aliviado porque ya tiene la vacuna, hay gente preguntándose qué puede pasar con las nuevas variantes del virus o qué otras enfermedades podrían llegar, así cómo qué implica todo lo aprendido para la toma de decisiones y las investigaciones científicas.
Este artículo fue escrito por Vanesa Restrepo. Ella es periodista y está interesada en la realidad y las ciencias, que son la misma cosa.
Las ilustraciones son de Alejandra Monsalve.
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