Por Andrés Carvajal
No sé ustedes, pero yo siempre me pedía el poder de la invisibilidad cuando de niño nos reuníamos para armar pandillas de superhéroes. La superfuerza, la supervelocidad y la visión de rayos equis eran los poderes más rapados, quizás por la influencia de las películas de Superman de los ochenta. Y aunque la invisibilidad era un poder menos heróico que los demás, yo no podía dejar de fantasear con la posibilidad de observar lo que estaba a puerta cerrada, meterme a donde fuera y hacer lo que se me diera la gana sin que nadie supiera. Ahora que sigo pensando en niñadas, me doy cuenta de que yo tenía razón en escoger la invisibilidad porque quién se iba imaginar que hoy, tantos años después, iba a ser un superpoder tan preciado.
Me explico. La tecnología le ha dado a la humanidad muchos superpoderes. Para la superfuerza no hay que nacer en Kriptón, con un buen entrenamiento uno podría manejar desde una grúa en un astillero que puede levantar más de 60 toneladas hasta un hombresolo para aflojar una tuerca oxidada. Para la supervelocidad hay carros de Fórmula 1 y aviones supersónicos, pero incluso manejando un Chevrolet Spark o una moto AKT se pueden alcanzar velocidades peligrosas. La visión de rayos equis se puede obtener sin necesidad de pregrado, empleándose como guardia de seguridad en un aeropuerto. Pero para la invisibilidad aún no nos hemos inventado nada satisfactorio y al alcance de todos.
La invisibilidad es tan necesaria para la humanidad como poder viajar largas distancias en tiempos razonables o poder ver un hueso fracturado. García Márquez decía que cada hombre tiene derecho a tres vidas: una pública, una privada y una secreta. La vida secreta tiene que ver con la invisibilidad: el poder ir a lugares, encontrarse con personas y hacer cosas sin que se entere tu tía o tu jefe o la policía o alguna otra entidad fiscalizadora de la familia, del empleador o del Estado. Esto parece trivial, pero es gracias a la vida secreta, que ahora de manera menos precisa y más corporativa llaman “privacidad”, que la humanidad ha logrado innovaciones fundamentales en las artes y en lo social. Bruce Schneider, en su artículo de Wired “Surveillance Kills Freedom By Killing Experimentation” explica que la privacidad impulsa el progreso social al darle a algunos la facilidad de experimentar por fuera del ojo vigilante y tirano de la mayoría. El archienemigo de la privacidad, la vigilancia, hace que las personas experimenten menos por miedo a posibles represalias de la sociedad. Schneider pone de ejemplos a la abolición de la esclavitud y los derechos de las mujeres como avances sociales que para la época eran considerados subversivos e inmorales. Eran ideas peligrosas de defender, y sin la capa protectora de la privacidad, la gente no hubiera podido reunirse para discutirlas y desarrollarlas. Lo mismo ha pasado recientemente con los derechos de los homosexuales y está empezando a pasar con la legalización de la marihuana. El superpoder de actuar en secreto fue esencial al principio para la construcción y organización de comunidades, que luego al salir a la luz pública pudieron hacer evidente que ni las relaciones homosexuales ni el consumo de marihuana significaban la destrucción de la sociedad (lástima, porque esta sociedad no va para ningún Pereira).
La vida secreta, que fue favorecida por las tecnologías que permitieron los grandes centros urbanos modernos junto con el feliz anonimato de sus ciudadanos, ahora está siendo amenazada por varios peligros tecnológicos. Uno de ellos es Facebook, que es más omnipresente que papito Dios y sus bendecidas y afortunadas y rastrea hasta el movimento de tu mouse para que Zuckerberg pueda venderle tus datos a la publicidad o, cuando se descuida, a los rusos. Otro peligro es China, que está dando ejemplo al mundo de cómo se usa la tecnología más avanzada para vigilar a sus ciudadanos y visitantes del mundo cuando están en internet o en la calle o sentados en el inodoro de un hotel. Los chinos van a mejorar aún más su sistema. Según Schnieder, parece que van a darle a cada ciudadano un rango de acuerdo a su “puntaje social” acumulado según sus actividades en línea y fuera de línea. Analizarán sus comentarios políticos, su grupo de amigos y todo lo que quieran. Por supuesto, ganarán más créditos los obedientes y apolíticos. A los de bajo puntaje se les negarán cosas como acceso a ciertas escuelas y poder viajar al exterior. Amigos, el futuro es China y es un episodio de Black Mirror. Y, como si fuera poco, uno de los peores peligros para la privacidad es el reconocimiento facial. Esta tecnología, que es inofensiva en la mano de un chicanero con iPhone X, es el acabose en manos de gobiernos que cada vez se ponen más fachos en muchas partes del planeta y de una sociedad asustada que cada vez justifica más la vigilancia como prevención del crimen, vigilancia que al mismo tiempo puede ser usada para el control social y la opresión. En manos como estas, el reconocimiento facial significa la anulación del derecho garciamarquiano a la vida secreta y nuestra condena a un sociedad oprimida y estática, incluso más aburrida que la actual, porque puede que no vayamos a ningún Pereira, pero por lo menos esta sociedad algo se mueve. Con la cantidad enorme de cámaras que ya hay instaladas en todas las esquinas del mundo, incluyendo nuestras repúblicas bananeras latinoamericanas, y con las que se seguirán instalando todos los días en las calles, en los buses, en los edificios públicos y privados, en los carros y uniformes de los policías, sería muy fácil para un gobierno con tendencia autoritaria obtener en un Congreso gobiernista el acceso a estas imágenes, conectarlas a un sistema avanzado de reconocimiento facial y registrar en tiempo real por dónde pasa uno, con quién se encuentra, dónde almuerza, dónde baila, qué le gusta, si compra aguacates en esta esquina o en la de más allá… Y como bien sabemos por la tierna historia de la humanidad, toda esta información podría ser usada en nuestra contra.
Si no se regula o prohíbe del todo el reconocimiento facial, como lo proponen decenas de organizaciones de derechos civiles en el mundo, es urgente que a los inventos del avión, la grúa y los rayos X, le sumemos la máquina de la invisibilidad, al menos ante las cámaras de vigilancia.
Andrés Carvajal ha escrito sátiras para diversos medios y formatos, como la ponencia White Elephants Come First (en la conferencia sobre derechos humanos y educación de Colombian Academics en City University of New York - 2016). Ganador de la convocatoria New Media 2017 (Proimágenes, MinTic y Canada Media Fund) con Aprende con Muchotrópico, formato audiovisual de sátira. Cocreador y editor de la serie documental infantil Emoticones, finalista en los festivales Prix Jeunesse International 2018 y FAN Chile 2018. Ilustración de Saga Uno para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
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