El inesperado regalo de las ciudades

El inesperado regalo de las ciudades

Brigitte Baptiste científica trans lgbti lgbt ciencia biologia biologa
Author: Anónimo (no verificado) Fecha:Noviembre 17, 2017 // Etiquetas: Brigitte Baptiste, columnas

Por Brigitte Baptiste

La mayor parte de las revoluciones tecnológicas que han permitido a la humanidad expandirse por todo el planeta Tierra en menos de 10.000 años se basan en una transformación física, química o biológica de los materiales del mundo. El fuego, la agricultura, la electricidad, las vacunas, la comunicación radial y la computación son algunos de los fenómenos cotidianos que utilizamos sin comprender a fondo los mecanismos de la materia que los hacen posibles, ni su historia y complejidad fascinantes. Gracias a ellos nuestra esperanza de vida al nacer ronda los 80 años, cuando hace pocos siglos apenas llegaba a los 40, y más de 35 millones de colombianos convivimos en hábitats artificiales especialmente diseñados por y para los humanos: las ciudades.

La experiencia de vivir en una ciudad es hoy tan natural para las personas que su opuesto, la vida rural en asentamientos dispersos vinculados apenas por un mínimo de infraestructura, ya representa una experiencia muy extraña para la mayoría de nosotros. Cada vez hay menos puntos de comparación entre los modos de vida urbanos y los rurales. En un tiempo, las ciudades eran de los campesinos y su razón de ser era la protección de la gente y a lo sumo un espacio de encuentro para actividades religiosas o el mercado semanal. Hoy, hasta un pequeño asentamiento con cuatro o cinco mil personas hace parte de las nuevas lógicas urbanas, pues la gente que lo habita disfruta de un grifo con agua relativamente limpia, una fuente de energía para cocinar e iluminar y uno o más centros de atención colectiva para la salud, la educación, la administración de justicia y el disfrute de las artes. Se trata de una condición absolutamente reciente dentro de la historia que ha cambiado las cosas y muchos fenómenos culturales contemporáneos emergen de esta nueva realidad urbana, más independiente de los procesos productivos primarios.

Las ciudades como las conocemos hoy —atiborradas, contaminadas, a veces insoportables—, nos encantan, como a las abejas su colmena. En Manila (Filipinas) se arraciman hasta 40.000 personas en un área de 100 cuadras (un kilómetro cuadrado), mientras en Bogotá (Colombia) la cifra era cercana a las 16.000 para 2005. Podemos debatir si se ha tratado de un proceso inevitable o trágico del crecimiento poblacional de la humanidad, pero no podemos ignorar que físicamente es el resultado combinado de nuestra capacidad de producir hierro, acero, cemento, ladrillos cerámicos, vidrio, redes de cableado basadas en minerales inusitados, vías asfaltadas y una red institucional más o menos organizada capaz de ofrecer espacio y servicios a miles de personas todos los días del año, bien sea mediante extensas tramas de intercambio o sistemas de distribución regulada por otros mecanismos.

Pese a las diferentes condiciones en que habitan las personas, es muy probable que todas puedan acceder con relativa facilidad a decenas de productos alimenticios o medicinales, materias primas básicas en muchas presentaciones o cosas tan transformadas como un bombillo LED, un hecho único y excepcional en la historia, sin hablar de los millones de datos que circulan por las redes sociales, un universo de conocimiento nunca imaginado: en Colombia ya había más de 13 millones de usuarios de internet móvil para 2016.

Tal vez a muchos les parezca que la vida urbana es miserable y alienante, que su oferta de bienestar es artificial al estar basada en un consumismo irracional, por lo mismo insatisfactoria, falsa e ilegítima, que sus efectos ambientales son deplorables y nos llevarán al colapso planetario. Pero lo cierto es que nuestro modo de vida moderna urbana prima, constituyéndose en el experimento más radical de nuestra especie, resultado de la combinación de conocimientos científicamente comprobados en todas las áreas del saber humano. Gracias a esta historia disponemos de una concentración gigantesca de capacidades y recursos, la única que eventualmente será capaz de poner en práctica la idea de habitar sosteniblemente sobre la Tierra. De ello depende que los inevitables doce mil millones de personas que habrá en el planeta en una generación no nos lancemos unos contra otros hasta exterminarnos, una perspectiva que lamentablemente no es ajena a los escenarios del cambio climático del siglo XXI.

Brigitte Baptiste es la Directora General del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. Actualmente es miembro del Panel Multidisciplinario de Expertos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (MEP/IPBES) en representación de América Latina. Ganadora del Premio Príncipe Claus 2017 por su trabajo en ciencia, ecología y activismo de género.
Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.

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