por Brigitte Baptiste
La incapacidad de transferir el valor ecológico de las grandes selvas ecuatoriales, en la proporción de su importancia, hacia las sociedades del presente y el futuro, representa una de las grandes tragedias de nuestro tiempo. Si existen fuerzas capaces de derribar e incendiar millones de hectáreas de bosques silvestres frente a los ojos de todo el planeta, cínica y descaradamente, es porque solo una minoría (o una mayoría sin poder) le otorga a las selvas atributos positivos: nadie dejaría arder su casa impunemente si no esperara beneficios del siniestro.
Lamentablemente, la destrucción de la Amazonia es incentivada desde los gobiernos nacionales, regionales y locales, por acción u omisión, ya que la perspectiva de corto plazo que favorece los intereses financieros de ciertos grupos económicos ha cooptado la acción política que debiera favorecer los intereses de la mayoría. En los casos más complejos, como el de Colombia, se reconoce un vínculo letal entre el narcotráfico, el lavado de dinero y las inversiones ilegales en tala y quema del bosque para apropiarse de terrenos que con ayuda adicional de la corrupción se convierten en haciendas y capitales legitimados, así las imágenes satelitales y las leyes evidencien el perverso mecanismo que les vincula. En otros casos, son mafias más complejas que controlan ejércitos enteros, distanciados de los pueblos que juraron proteger. Triste en tiempos de conmemoración del bicentenario.
La selva en pie no parece poder competir con los costos de oportunidad del capital en mercados totalmente distorsionados por la demanda de productos agropecuarios, energía o minerales. Mucho menos en medio de sistemas de producción totalmente corruptos que se aprovechan de la vulnerabilidad climática para incendiar el capital colectivo con total impunidad. No de otra manera puede entenderse que los defensores del interés común, sean instituciones o personas, vayan quedando maniatados o sean amenazados y físicamente eliminados por los invisibles promotores de las motosierras, que convierten la ganadería, la palma de aceite, la soja, el caucho, la madera y el arroz en cultivos tan ilícitos o más que el de la coca, porque el daño es aún más grave: lanza a la basura las economías lícitas en las cuales pequeños productores, empresarios o gremios enteros han invertido todos sus esfuerzos. Y lanza también a la basura la ciencia, pues desestima en su esfuerzo criminal las evidencias y advertencias de la gravedad de destruir la biodiversidad y la funcionalidad ecológica del recurso más importante que nos queda para afrontar el caos climático. Como los terraplanistas o los homeópatas, los negacionistas del cambio climático pretenden ser adalides de otras verdades, relativamente inofensivas, pero que este caso son criminales porque eliminan las verdades que les son inconvenientes, parafraseando a Al Gore.
La quema de la selva representa la última etapa y símbolo del mercantilismo salvaje asociado con el machismo, también salvaje, de quienes solo ven su beneficio personal y el de sus cómplices. Falta medir si hay tiempo para contrarrestar ese esfuerzo final de apropiación del todo, que pretende el exterminio de los pueblos indígenas en resistencia o de la institucionalidad de vanguardia que combina comunidades locales organizadas, empresarios con perspectivas de responsabilidad territorial, sectores de la academia menos autistas y el campo de innovación de la sostenibilidad. La incertidumbre de la adaptación al filo de la navaja.
El reto para la academia es atajar la barbarie. Para las ciencias, apelar a todo su rigor y robustez para no naufragar en el debate de los marcos teóricos entretanto el mundo colapsa. Para las instituciones, cuestionar el cortoplacismo de la planeación electoral y la construcción de futuros alternativos capaces de evaluación constante y respuestas ágiles. Para la sociedad civil, resistirse a caer en manos de los populismos que buscan capitalizar la indignación y descontento solo para reincidir en el modelo maladaptativo de los subsidios y la distribución de una riqueza que a menudo, por su origen cuestionable, impide apreciar los aportes de la modernidad al bienestar humano.
En fin, un reto civilizatorio, en el cual asumimos que hemos quemado el mundo a manera de experimento radical e irreversible, pero con el que también, con todas las capacidades naturales de nuestro intelecto y sus productos, hemos construido una capacidad inigualable para corregir la trayectoria. La evolución, que pone a prueba su más reciente invento: la razón.
Ilustraciones de X-Tian para Todo es Ciencia.
Brigitte Baptiste es la rectora de la Universidad EAN. Exdirectora General del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. Actualmente es miembro del Panel Multidisciplinario de Expertos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (MEP/IPBES) en representación de América Latina. Ganadora del Premio Príncipe Claus 2017 por su trabajo en ciencia, ecología y activismo de género.
Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo de saberes para construir un mejor país.